Los niños nos sorprenden. “Mamá, ¿papá es constructor?”. Esa fue la pregunta cuando el niño escuchó que su papá había ido a La Palma a ayudar a las personas que habían perdido sus casas por el volcán. Lo mejor es su comentario final: “Pues yo quiero ser constructor”.
Construir es identitario. La inteligencia nos hace capaces de convertir la naturaleza en mundo. Hacer de la realidad un mundo habitable. Y lo que más impresiona: pensar que nosotros somos constructores de uno mismos. No partimos de cero, ni nos podemos sentir solos en esta tarea, pero somos artífices de nuestro propio destino. Recibimos un don en forma de semilla y tenemos las herramientas para construir nuestra realidad. Una construcción en la que somos herederos, consecuencia, pero también causa.
Construimos relaciones interpersonales y, entre ellas construimos hogares. Construimos ambientes humanos y humanizadores en los que la cultura es rail por los que se deslice la sociedad. Construimos espacios de búsqueda de sentido y de razones. Construimos lugares por los que andar, ir y volver, así como construimos medios de comunicación que acerquen distancias y faciliten la movilidad. Constructores somos.
Construimos un lenguaje que nos posibilite la comunicación, el intercambio de ideas y la creatividad. Construimos herramientas de corrección, incluso, para que sea fina la transposición de información entre nosotros y no se pierda mucho entre el emisor y el receptor. Construimos formas de descanso y entretenimiento, inventamos juegos y jugamos, convirtiendo lo inútil en pulmón que nos haga respirar la vida.
Construimos defensas, muros y distancias, pretendidas seguridades que nos eviten sufrir el mal uso de la libertad del prójimo. Y construimos también puentes, pistas y autopistas que favorezcan existir con las puertas abiertas. Construimos la unidad y construimos la división. Construimos el bien y construimos el mal. Sí, somos constructores.
Al niño de mi amigo no le quedará otro remedio que serlo. No sabemos lo que construirá, pero lo tendrá que hacer. Tiene todo un mundo de posibilidades abiertas para hacer del mundo un espacio más habitable, o construirá vallas de espino para la división.
Si algo sale mal, si nos equivocamos, si descubrimos que las cosas pueden ser de otro modo, también tenemos ocasión para la reconstrucción. Reconstruir es otra manera de ser constructor. Restaurar, recolocar, resituar, reordenar…, todas, formas de hacer bueno lo que nos sorprende con su mandad.
En el La Palma se escucha mucho hablar de “reconstrucción”. El papá del niño es uno de tantas personas que quieren colaborar en volver a convertir en mundo lo que la naturaleza ha envuelto en lava.
Somos constructores.