Con esta frase tan cortita, damos por zanjado cualquier problema externo a nosotros en el que no se desea entrar. Se podría usar un “eso no va conmigo”, o tal vez un “Me trae al pairo” o, hasta un “me importa un bledo”, que siempre estaríamos enviando el mismo mensaje: Lo que no me ataña directamente, no tiene que preocuparme, ni lo más mínimo. ¡Y así nos va o nos irá!
En diciembre se celebró el campeonato mundial de fútbol. ¡Un acontecimiento! Fueron muchas las personas que permanecimos atentas a las pantallas o a las emisoras de radio para seguir a sus equipos o, simplemente, para admirar buenos partidos entre países punteros. Desgraciadamente, también venían, mezclándose entre esas ondas, otras noticias que escandalizaban y asqueaban a muchísima gente. Se oyó hablar del número de obreros que malvivían y que incluso murieron en la construcción de los macro estadios. Se habló, igualmente, del desprecio a las libertades humanas. La bandera arcoíris no es que tuviera prohibida, es que el solo intentar exponerla en púbico ya era motivo de contratiempos. Y, ¿qué hacía el resto del mundo? Parece, por lo vivido, que ese mundo estaba, más, en un: ¡Y a mí, qué!
Nos llegó, casi al final del campeonato una noticia desgarradora que nos presentaba la imagen de un futbolista -Amir Nazr Azadani-, tan deportista como los que participaban en el evento, permanecía en la cárcel, pendiente de una orden de ejecución. Sí, he escrito “e-je-cu-ción”. En esta ocasión el ¡Y, a mí que! No solamente vino de quienes escuchábamos la noticia, sino desde las propias filas de los equipos de fútbol que competían. Se ha hecho la vista gorda del tema, simplemente porque la cosa no iba con ellos, en algunos casos; y por miedo a las represalias -¿económicas?-, en otros. Lo que hizo ese joven, fue luchar en contra de que, en nombre de una Ley, se coartara la libertad de las mujeres a llevar, o no llevar, velo. O, como en este caso, a llevarlo “mal colocado”. ¡Tócate las narices! Según las leyes del País que le juzgó, su acción “invitaba a enemistarse con Dios”. Aquella pobre mujer -Mahsa- en nombre de quien, este jugador, le marcó un golazo a la desfachatez humana, murió tras varios días en coma y después de haber sido detenida por la policía. ¿Hizo algo la FIFA en aquellos momentos? A tenor de lo visto, entonó un ¡Y, a mí, qué! Y, con ella, casi todo el mundo. Yo, no me recuerdo apagando el televisor para ayudar a que esta historia fuera lo menos visto por representar un ejemplo de “vergüenza humana”. Tal vez si todos no hubiéramos ofrecido la apariencia de que contemplábamos la situación, desde un ¡Y, a mí, qué! posiblemente, alguien hubiera actuado, más contundentemente, en favor de aquellos trabajadores o de estos deportistas. Ahora parece que, la ONU, ha influenciado para que la muerte, se conmute por veintiséis años de reclusión ¡vuelve a tocarte las narices!
También, en esas fechas, en las que vivíamos pendientes de los goles y los pases a cuartos, semifinales y final del fútbol; un País, en nuestro propio continente, seguía atento al ulular de las sirenas de aviso de bombardeo. Muchísima gente se encontró viviendo una guerra que no habían firmado. Un sujeto había declarado suyo un territorio aun cuando no había demostrado tener la escritura de propiedad. La desaparición de todo vestigio de vida en paz, fue haciéndose hueco al ritmo de las bombas y misiles que aquél “cuasi emperador” les había enviado y sigue haciéndolo. El resto del mundo, más preocupado por las consecuencias de los problemas energéticos, que esa maldita guerra pudiera ocasionar, que por lo que pudiera pasarle a la población ucraniana, miraba su televisor, suspirando un tímido ¡qué desastre! ¿O fue un ¡Y, a mí, qué!? Fuera lo que fuera, parece que la cosa nos cae demasiado lejos.
Obviamente nada de todo esto es nuevo para quien tiene un fisco de memoria. Por mencionar otro gran ejemplo: la represión y muerte vivida por muchas personas a manos de sus convivientes, es conocida e ignorada por quienes dedican más tiempo a vivir de espalda a la realidad, que a afrontarla. Y, otro tanto ocurre con el trapicheo de drogas en muchos barrios. Muchas veces callamos y en otras, cerramos los ojos con un ¿Y, a mí, qué?
El ¡Y a mí, qué! No es algo nuevo y, además, es una reacción que no se exterioriza verbalmente, sino que se piensa. Y en los pensamientos de cada cual, solo existe un dueño: la propia persona. Escuchar ese tipo de frase pasota cuesta un poco -da corte decirlo-; pero sí que seremos testigos de actitudes que dejan a las claras, que aunque no se oiga, se estará diciendo. Incluso, más de uno de nosotros, habremos actuado en tal sentido y habremos guardado un cobarde silencio por lo de siempre: evitar encasillamientos incómodos.
Desgraciadamente y sin retrotraernos demasiado en nuestra historia, podemos encontrar algunos casos más. ¡Más de los que se quisieran! ¿Qué pasó en la isla de La Palma, transcurrido el plazo de casi “obligado” sentimiento colaborador? Allí, aún, viven familias sin respuesta a sus dudas más acuciantes sobre su vivienda, su propiedad, su forma de vida, sus costumbres. En cada uno de esos apartados, se han dado respuestas que parecen ayudar a dar soluciones válidas y efectivas, aunque la realidad suena más a una reedición del ¡Y, a mí, qué! ¿Cómo, si no, se podría entender que tras haber pasado más de un año de lo vivido por los palmeros, aún se siga hablando de que hay gente que no sabe qué será de su futuro? Es que sigo viviendo en un hotel… ¡Y, a mí, qué! Sigo sin saber si puedo recuperar algo de lo perdido, aunque solo sea mi parcela… ¡Y, a mí, qué! La Palma parece seguir sin una hoja de ruta sobre la recuperación total de la vida en la isla… ¡Y, a mí, qué! Todo es muy triste. Y, teniendo por descontado, que las autoridades han hecho cosas -algunas de ellas realmente efectivas- se tiene, algo más que una sensación, de que no dejan satisfecha a una gran mayoría de quienes vivieron el desastre del “Tajogaite”. Tiempo ha habido para haber consensuado, al menos, un proyecto de recuperación y normalización de vida. En su momento, toda Canarias, todo el País, le dijo a La Palma que no estaría sola en esto. Pero pasado el tiempo, la gente de allí mira a los lados, y solo ve a sus convecinos y de vez en cuando a alguien que va a hacer un reportaje o a grabar un videoclip. En estos días, parece que ya se comienza a trabajar con algo más de efectividad, al crear El Consejo Sectorial para la Recuperación de La Palma. Estando al frente Dña. Nieves Rosa Arroyo, puede que dejemos de sentir el martillo pilón del ¡Y, a mí, qué! Vamos a ver.
Pero hay mucho más: Las grandes compañías hacen ERES con periódica frecuencia, dejando fuera a miles de trabajadores de un plumazo… ¡Y, a mí, qué! Los bancos siguen cerrando sucursales y enviando gente al paro… ¡Y, a mí, qué! Nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado luchan, según se oye, con menos efectivos de los necesarios y/o con medios discutibles -“pistolas Ramón” vs “pistolas Glock”-… ¡Y, a mí, qué! El paro y/o la dificultad para llegar a fin de mes, persiste… ¡Y, a mí, qué! Y más, y más... ¿Llegará ese día en el que, cuando nuestra conciencia nos sugiera contestar un ¡y, a mí, qué!, respondamos con un rotundo NO; reforzado con un puñetazo sobre la mesa?