Se dice que estas elecciones son las más importantes de todo el periodo constitucional, pero eso no es cierto. Son las más polarizadas porque en ellas se decide elegir situarse en uno o en otro lado de un barranco. Todo se ha vendido como si estuviéramos al borde de un precipicio. Los dos bloques que contienden pretenden salvarnos cada uno del otro, como si su llegada fuera a provocar un drama inevitable. Esto, como ustedes comprenderán es falso y además evitable. Solo hace falta hacer caso de los consejos de algunos políticos veteranos para salir del atolladero con un gran pacto, que es ofertado por el que va favorito en las encuestas y rechazado por quien apuesta por la remontada.
A la remontada se la califica de sorpresa, pero yo, siguiendo las reflexiones de Juan Linz para estos casos, considero que es un signo de inestabilidad y de debilidad democrática. Si atendemos a las encuestas y a la combinación de ellas que hace Kiko Llaneras, nos encontramos con que la sorpresa se concreta en un 10% de posibilidades, mientras que el cumplimiento de las previsiones está en un 90%. Si atendemos a otras cuestiones el asunto se dirime entre el cálculo estadístico (evidente) y las predicciones del maestro Joao (vidente).
La estadística es una ciencia que sirve para determinar con gran exactitud la posición de un electrón en el interior de un átomo, pero cuando nos viene mal preferimos negarla y confiar en la bola de cristal. Son las consecuencias de vivir en un mundo paralelo, comandado por Jorge Javier Vázquez, que nos vende la ficción de las relaciones personales desde un islote del Caribe. Antes se hacía la pregunta de qué te llevarías a una isla desierta y las respuestas eran bien variadas. Algunos decían un libro, como Zapatero, pero yo creo que ahora la elección apropiada sería una cámara de televisión para poder seleccionar todas las peripecias y servírselas al gran público en un programa de Telecinco.
Echar mano del vaticinio del maestro Joao me parece una frivolidad, tanto como poner a Yolanda fresquita diciendo que plancha su ropa y la de todo el mundo porque así reduce la presión de sus nervios. También Feijóo le dijo a Sánchez en el famoso debate que no se pusiera nervioso, pero no lo mandó a planchar, ni siquiera a tomarse un tranquimazín.
Los españoles están tranquilos y no se han dejado inquietar por el ambiente. Han ido masivamente a votar por correo y se prevé una alta participación, no habitual para los calores y los tiempos que corren. Seguro que piensan que su voz es importante en un momento en que alguien ha desatado al miedo para prevenirnos de los dos males contradictorios que nos acechan. La amenaza es que vamos a perderlo todo y que regresaremos a 1973, o alguien nos conducirá al cuestionamiento del régimen que nos dimos en 1978. En cualquier caso para atrás, como los cangrejos. Somos una sociedad madura que sabrá reaccionar adecuadamente ante estos retos.
Ojalá mañana lunes se acabe todo y volvamos a la sensatez, y los que regresan de vacaciones encuentren la normalidad que desean, y los que se van en agosto puedan refrescarse tranquilos en las playas de siempre. Nada va a cambiar, y la arena será la misma y habrá alegría en el chiringuito, con la cervecita, las palmas flamencas y el espetón.
Esta España es la de siempre, y aunque intente helarnos el corazón con sus dos caras, igual que una moneda, no lo hará. Los poetas tienen diferentes formas de ver las cosas; por eso Antoñito el Camborio, según Federico, se murió de perfil después de tener tres golpes de sangre. Ni para un lado ni para el otro; ni de cara ni de cruz, sino con la difícil imagen de mostrarse de canto, que es la mejor manera de no comprometerse.