Una de las más importantes tareas de la educación es enseñar a pensar o, mejor, ayudar a descubrir la importancia de pensar con rigor. Es un descubrimiento más que una enseñanza, porque hasta que no hacemos la experiencia de reconocer la importancia que trae a nuestra vida, darle vueltas a ideas relacionándolas con datos que nos ofrecen los sentidos y cribándola con la experiencia de otros, resulta un poco aburrido. Lo que no tiene sentido siempre es aburrido. O descubrimos su sentido, su dirección y posibilidad, o no nos zambulliremos en la creativa experiencia de la libertad interior; en el gozo y la felicidad, por usar términos más conmovedores.
Pero el pensamiento es una tarea humana integral. En ella entra en juego, si se pretende verdad y no fatuos juegos florales en el mundo de las ideas, que nuestras percepciones, sentido, las cosas que están delante y nosotros que estamos como realidades en la realidad, se unifiquen. No pensamos desde fuera del mundo, sino desde el mismo mundo en el que somos. Todo nos afecta y hasta nuestro mismo pensar afecta a la realidad de la que formamos parte. Con cuánto genio creativo se dibujó la narración simbólica de nuestro origen en el libro bíblico del Génesis. Del barro del suelo, amasado por la creatividad divina estamos hechos. Las cosas tienen nombre porque Adán las nombró. Todo lo real no está fuera del ser humano, sino que el ser humano están en el conjunto de la realidad pudiendo hacerle preguntas a la misma y buscando respuestas. Y si Dios se manchó las manos para darnos realidad, no podemos pensar con las manos limpias: hay que tocas la realidad con el pensamiento; o que nuestro pensamiento también se manche las neuronas...
A este esfuerzo por ser rigurosos con la cosa que queremos pensar, este esfuerzo, se aprende y se enseña. Y no se enseña bien si no permitimos que quien pretende aprender se ensucie las manos hurgando en la realidad. Cuando una calculadora sustituye el cálculo mental, nos evita esa dificultosa suciedad del conocimiento de la realidad; dicho lo anterior como ejemplo imperfecto. Tal vez llevamos un tiempo sufriendo, también, una filosofía que no se mancha las manos con la realidad tangible y sufriente y solo pisa las calles detrás de una pancarta redactada por otras personas a las que no tenemos el honor de repensar. Y las consecuencias siempre son irresponsables.
Nadie puede decirnos que abandonemos el mundo como un bueno deseo. En el mundo estamos, aunque poseamos ese plus de autoconciencia y libertad que nos asemeja a lo divino. Pensar con los pies en el suelo es una exigencia de responsabilidad intelectual. De igual manera que nos sugiere Francisco que no se haga teología si no es de rodillas, desde la experiencia humildemente creyente. Sobran los teóricos de manos limpias.
Un cerdo es un cerdo dicen que es el dogma de Chesterton. Un intento de traducir el sentido común de un granjero. Pero si no sabemos de su olor y de la extraordinaria labor de cría y alimentación, solo podremos discutir del número de Jotas que los entendidos colocan en la etiqueta de la pata. La realidad no son Jotas teóricas. La realidad huele, suena, cuesta, ensucia y mancha. Y la responsabilidad nos exige poner los pies en esos charcos para pensar con rigor.
Pensar con rigor nos ofrece posibilidad de vida creativa.