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Twitter, Facebook e insomnio

Por Daniel Molini Dezotti
domingo 13 de noviembre de 2022, 08:00h

Está muy oscuro todavía, calculo que deben ser las cuatro de la mañana y estoy disputando mi batalla de cada noche contra el insomnio, un partido que me viene ganando por goleada.

De hecho, en el campeonato del buen descanso, estoy en los puestos de descenso, no siquiera me puedo considerar el mejor de los últimos.

Como es demasiado temprano para andar por casa me quedo en la cama y enciendo la radio, me alegro porque acerté con la hora, lo dice en el avance informativo un señor que tampoco está durmiendo.

El pobre, trabajando a horas indecentes, comenta que uno de los hombres más rico del mundo, que no hace mucho finiquitó la compra de Twitter por una cifra de 44 mil millones de dólares, está empeñado en remodelar la empresa a fuerza de presiones a los trabajadores y despidos.

Cuenta que tras la firma del convenio escribió en la aplicación algo parecido a “El pájaro ya es libre”, luego entró con un lavabo en la casa matriz, sonriendo, como si la losa sanitaria no pesara nada y poco después dejó sin trabajo a más de 10000 empleados.

La noticia no consiguió distenderme, y fue seguida de otra donde el mismo locutor exponía que otro señor, propietario de Facebook, había perdido en una sola jornada una pequeña cantidad de su patrimonio, algo así como 80 mil millones de dólares, 8 veces el presupuesto anual de la Comunidad Autónoma de Canarias.

Luego, mientras en la radio varios políticos discutían en declaraciones grabadas si esa cifra era mucha o poca, realista o insensata, basado en compromisos sociales o no, decidí apagar la radio y colocarme en posición bípeda.

Sabía que no volvería a dormir, así que decidí emular a Pitágoras, quien, según los estudiosos, llegó a tener una interpretación perfecta de las cosas a través de los números, sumiéndose no sólo en teoremas sino en profundidades filosóficas que todavía se enseñan y aprenden.

Pensando en el equilibrio que me podrían regalar las cifras me puse a realizar cálculos, basándome en los datos escuchados, que di por buenos.

De tal forma, y con más herramientas que los antiguos sabios y matemáticos me senté frente a una pantalla de ordenador para buscar en los informes del Banco Mundial el Producto Interior Bruto de los diferentes países del mundo.

En un santiamén conseguí un enorme conglomerado de letras, números y años, que me permitieron repasar nombres de estados y banderas bonitas.

Pretendía, sumando distintos PIB, alcanzar la cifra de 124 mil millones, una pizca de la fortuna de sólo dos personas, y lo hice de abajo hacia arriba, desde la posición 193 -el último puesto del país menos agraciado- hacia arriba, la cima de la pirámide mundial habitada por los imperios.

En el puesto 161 llegué a 44.000 mil millones, la cantidad abonada por Twitter, y continué haciendo ejercicios con la calculadora del teléfono hasta la posición 137, meta de llegada al quebranto de Facebook.

Concluí, como si fuese un gran aritmético, que el PIB de 54 países se homologaban al dinero con que el mercado conseguía premiar programas informáticos hecho de bites, especulaciones, nubes de datos, cosas sin sustancia ni sentimientos, nada tangibles, con menos densidad que el humo.

Sin paciencia para sumar la población de tantos países, opté por elegir 3 al azar, sin hacerme trampas.

Dos resultaron ser medianamente poblados y uno pequeñito, con pocos habitantes; dos africanos y uno asiático. La consigna del primero preciosa: “Alto te exaltamos reino de los libres”, el escudo de otro maravilloso y la bandera del tercero, llamado el reino del dragón del trueno, insuperable.

Los tres países sumaban una población de 15.041.398 habitantes, ¡3 estados de 54! me dio miedo imaginar el número de personas que se necesitarían incorporar para equiparar entre los bolsillos de todos los de sólo dos individuos asquerosamente ricos.

La falta de voluntad me impidió completar la tabla de equivalencias, o las cosas que podría hacer la humanidad con el precio de dos aplicaciones.

Ya lo expresé más arriba, la hora no era buena para reflexionar, pero como estaba intentando emular a Pitágoras pretendía extraer de las sombras de la madrugada alguna conclusión, lo que fuera; teorema, axioma, silogismo, ¡yo qué sé!, para ver si me ayudaba a encontrar de nuevo la paz para dormir.

Primero adjudiqué el valor de la unidad A al conjunto unipersonal ocupado por Elon Musk, seguidamente asigné otra unidad, la B, también integrada por una sola persona, Mark Zuckerberg.

No me fue difícil completar la ecuación, pero necesitaba a C. que aguardaba en el horizonte ordenando los bolsillos de más de 15 millones de personas con pretensiones de participar.

Concluí proponiendo, si era verdad que se podían sumar dineros y personas como hace la política, que A + B = C.

Cuando vi la fórmula escrita me alarmé, ¿cuándo sucedió?, ¿qué ocurrió para que A adquiriese tanto poder?, ¿qué hizo B para que a las cuatro de la mañana las noticias hablasen de él?, finalmente C, ¿diría algo?, ¿haría algo?, ¿podría hacerlo? ¿cómo?

En el momento de comprender que C somos usted, yo, el mundo, el planeta, todos, excepto tres o cuatro, o si nos ponemos estupendo 1000 superpoderosos que tendrían que mudarse con sus posibles a otra galaxia, empecé a tener dificultad para tragar.

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