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Turismo de bergantín

Por José Luis Azzollini García
lunes 03 de julio de 2023, 13:52h

He vivido en una ciudad de gran movimiento portuario y he trabajado en el mundo de Turismo. He sido testigo de cómo se cruzan esas dos realidades cuando quien nos visita viene alojado en uno de esos enormes edificios a los que se les conoce bajo el genérico de “cruceros”. He tenido la oportunidad de viajar en alguno de estos establecimientos turísticos flotantes. Y, créanme cuando les digo, que el lujo es una de sus fachadas pero el servicio y las comodidades son sus puntos fuertes. También tiene sus puntitos a mejorar, claro: el “taxímetro” que te colocan al entrar, presagia su agresividad comercial.

El pasado 18 de junio, he culminado mi última experiencia en este modo de hacer turismo. Mi aventura, como siempre, está escrita con tinta de “cal y arena”; pero observándola desde un punto de vista global, no se podría decir que haya sido una excursión que no sea digna de recordar y mencionar.

Lo más engorroso de esta forma de hacer turismo, normalmente, se produce con anterioridad a dejar tierra firme. El hacer los encajes de bolillos para que cuadren todos los elementos que te harán llegar a las puertas del barco en el que te enrolarás, no es una tarea tan fácil como pueda suponerse por hacerlo a través de una agencia autorizada. ¡Qué va! Desde el primer momento en el que se toma la decisión de llevar a cabo estas vacaciones, comienzan los debates y las decisiones. ¿Con agencia o directamente por internet? ¿Qué Naviera deberíamos usar? ¿Con vuelos incluidos, o sin ellos? ¿Quién se encarga de los hoteles si tenemos que pernoctar fuera del barco? ¿Se ha de contar con un “colchón de tiempos” de llegada para solventar imprevistos con los vuelos? ¿Se compran excursiones o nos movemos por nuestra cuenta? ¿En Noruega -destino fiordos- servirá nuestra moneda? ¿Y el pasaporte? ¿Hacen falta los certificados de vacunación o eso ya pasó? ¿Contrataremos un seguro de viaje, no? ¡Para volverse locos! Afortunadamente, el preparar las cosas con mucho tiempo de antelación y en equipo, nos permitió el tener casi todo estudiado, repasado y requetebién analizado. Éramos seis personas remando todas hacia el mismo objetivo: disfrutar de un buen crucero.

La Naviera elegida fue la compañía Mediterranean Shipping Company SA (esta pregunta cayó en el examen), más conocida por sus siglas comerciales MSC. Se analizaron otras ofertas -siempre es bueno hacer un sondeo en profundidad- y esta fue la que más nos atrajo. Después hubo que decidirse, dentro de la misma compañía, por el buque en el que haríamos nuestra visita a los Fiordos; ahí, primó el tamaño del buque y las ciudades que visitaban las dos alternativas existentes para las fechas en las que nos queríamos mover. Al final fue el MSC Fantasía, una embarcación ni excesivamente grande -el otro era enorme- ni demasiado pequeño que pudiera ser bamboleado por las olas.

Después hubo que trabajar con la cubierta -altura-, la elección de horario de cenas, el tener o no tener las bebidas incluidas y hasta asegurarnos que las tres habitaciones estuvieran cerca. Solventado estos términos, se pidió un primer presupuesto en firme -ya disponíamos de un adelanto a través de San Google-. Después se pidió otro. La restructuración de ambos, con un tercero que tuviera cosas del primero, suprimiendo algunos aspectos del segundo; o viceversa, que ya ni lo recuerdo, dio con el definitivo. La cosa es que ya teníamos el documento en firme y pagado un depósito para que la agencia supiera que estaba tratando con gente seria. Sin el pago, puedes ser todo lo serio que se quiera, pero ellos, sólo lo saben a partir del momento en el que se recibe una señal -no divina precisamente-. Cuando estaba todo aclarado, tomamos la decisión de que en alguna de las ciudades era conveniente llevar a cabo alguna excursión organizada por la compañía marítima, y así llegamos al cuarto documento con el total a desembolsar. Todo conforme, y sabiendo también, a quién le tocaba estudiarse los sitios a visitar en cada escala -esa fue otro tema que hubo que dilucidar- solo quedaba aguardar al día de la salida desde Tenerife, vía Fuerteventura y Hamburgo, para llegar a Kiel, lugar donde estaría atracado nuestro particular “paquebote” turístico.

A velocidad de avión, llegamos a Alemania y a velocidad de vuelo rasante, a Kiel -se alcanzó los 180 km/h-, donde nos embarcamos. Mientras tanto, el carrete sin fin de las cámaras y móviles iban llenando su memoria, pues cada cosa, acto, incidencia, risa o momento curioso, tenía que quedar inmortalizado para la posteridad. Kiel, le tocó a Ana el guiarnos magistralmente (es mi esposa). Y, después, al barco. –Documento, por favor. –Aquí lo tiene, Usted. Foto del momento de recogida de documentación, filtro de seguridad pasado con éxito y a caminar hasta llegar a la planta novena -por encima de nosotros aún quedaban algunas plataformas más-. Comenzaba una aventura que nos llevaría a conocer, a los vikingos que tanto visitan Canarias como turistas. ¡Que vienen los nórdicos! Ahora nos tocaba a nosotros devolverles la visita. Y, después de haber visto lo que vimos, nos queda pena no habernos dejado conquistar por ese pueblo. Será en la próxima generación. ¡Gente limpia y civilizada, aunque hablen rarito!

El trayecto, comienza con un primer día de navegación, para trasladarnos desde el puerto de Kiel (Alemania), hasta la primera ciudad Noruega. Ese primer día con su noche correspondiente, lo dedicas a conocer bien el lugar donde pasaríamos los próximos días. Y, les puedo asegurar que salvo en las partes caras, carísimas, estuvimos en todos los rincones. Risas y más fotos dan fe de que, el momento consumido, fue del gusto de todo el equipo. En el debate de “con” o “sin” corbata para cenar, ganó el complemento, pero solo para la de “gala”. Después veríamos algunas chancletas y bermudas que poco o nada hacían juego con corbata alguna. ¡Es lo que hay!

En el amanecer del segundo día, llegábamos al “primer” puerto Noruego: Bergen. Una magnífica ciudad que nuestra guía particular, Mar, nos fue mostrando cual si de una “berguense” más se tratara. Subida al monte floyen en funicular y dejar que la vista se desparramara por su fiordo y zonas pobladas, para, tras pasar por el lago y el museo Munch, regresar al barco, con equivocación de ruta de regreso, incluida. ¡Pensaba que no llegábamos!

En el siguiente puerto, nuestro barco, decidió, sin avisar, no usarlo. Y nos desembarcaron en unas lanzaderas marítimas que nos llevaron hasta el pequeño pueblo de Nordfjordeid (Nor-fior-aid) -no lo intenten, nosotros la llamábamos, la segunda-. Nuestro guía experto, JManuel, lo pronunciaba mal, pero él insistió tanto en su error, que hasta nos confundió. Aquí pudimos ver una réplica a tamaño real de un auténtico barco vikingo y modo de vida en sus conquistas. También fuimos testigos de un simulacro de aviso de emergencia ante un posible ataque al País, que nos sobresaltó a todos. El Móvil comenzó a emitir un zumbido de emergencia que solo se podía detener, si contestabas que te habías enterado. El resto de la visita, fue una vivencia de la naturaleza que escondía este bello paraje de Noruega. No me atrevo a decirles el gentilicio de este pueblo, pues aún estamos debatiendo el nombre.

En el siguiente punto del itinerario, otra vez barquito para desembarcar. Se conoce que el responsable de la Naviera, no llevaba suelto para pagar el peaje y tuvimos que apechugar; agradeciendo el no habernos hecho remar. En Olden (Oldan), que así se llama este impresionante pequeño pueblo, cuya historia nos explicó MNieves, tuvimos la oportunidad de subir al glaciar Briksdal, y de la mano de una magnífica guía, Silvia Pietro y su chofer, Julian, tuvimos un “chute de naturaleza” que seguro nos quedará en nuestras retinas.

Navegando, llegamos a Stavanger (ssstávanger). Esta vez atracamos y nos nutrimos de lo que un gran guía, -o sea, yo- se había informado previamente Aquí lo más impresionante, estaba en dos excursiones absolutamente maravillosas. Tres de nosotros subieron hasta el mismísimo Preikestolen (Púlpito), mientras los otros tres, recorríamos el fiordo de la Luz (Lysefjiord). Todos vimos esa caprichosa forma de la naturaleza. Unos desde arriba y otros desde abajo. Pero, lo mires desde donde lo mires, es majestuoso. El resto del tiempo en este puerto, lo gastamos -quienes pudimos- en pasear viendo sus casas blancas y callejeando junto a las otras casas de colores. ¡Otra maravilla!

El resto del viaje, se resolvió con otro día de navegación, un montón más de fotos y llegada a puerto de Kiel y a Hamburgo -guiaba Chus- para un paseo. Ya estamos en casa y aún recordamos a profesionales como Gusti (Indonesio), en las habitaciones, Mauro (brasileño), un artista de los cocteles y el magnífico Adi Santika (indonesio) en el comedor. Gente que trabaja muy duro para que al pasajero no le falte de nada. Este formato es una mezcla de lo programado por el crucero y el gran trabajo de su equipo humano. Atención de primera; espectáculos distintos cada noche en el teatro; bufets rezando para que solo sea tu maleta lo que pesen en el aeropuerto; y cenas servidas de gran calidad, te despejan la mente. De verdad, merece la pena viajar en galera. ¡En este tipo de galera, claro! El papeleo resuelto por Mónica, del Corte anglosajón, se disfrutó mucho, aunque sería bueno que su agencia se asegurara de los puertos en los que no se amarrará el barco, o de las excursiones canceladas que después sí que puedes comprar en el mismo buque.

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