En Roma, casi a la vez que puedes leer esta nota de opinión, se celebra el funeral por el fallecimiento de Benedicto XVI, el Papa emérito que, desde hace más de diez años, de una forma extraordinaria, renunció al papado para vivir los últimos años de su vida, como nos ha recordado en varias ocasiones el Papa Francisco, sosteniendo a la Iglesia con su oración y su ofrenda.
Muerte un hombre grande y, a la vez, muy humilde. Tal vez ambas características se necesitan mutuamente, porque no hay grandeza sin humildad y, es precisamente la humildad la que hace a las personas grandes. Grande por su creativa lucidez intelectual, y humilde porque supo renunciar al brillo de la cátedra por el humilde trabajo de la viña del Señor tan cargado de sinsabores en estas últimas décadas.
Un hombre enamorado de la capacidad racional del ser humano que supo subrayar la confianza en la capacidad de conocer la verdad. Una confianza en la razón humana que contrasta con la líquida y posmoderna actitud de afirmar que ha llegado la época de la posverdad. Enamorado de una racionalidad abierta y libre que no se contenta con la certeza inmediata y no renuncia a búsqueda alguna. Un hombre de diálogo que no se encogió al debatir con filósofos vivos y al citar en sus encíclicas a filósofos del pasado. Porque la escucha es el camino de la búsqueda de la verdad.
Un hombre de fe firme y pensada, que nos ha invitado a huir de cualquier fanatismo irracional y a reconocer que actuar de manera contraria a la razón no es digno del Dios que se reveló en Jesús de Nazaret.
Escuchaba hace poco una conferencia dictada en el Congreso Católicos y Vida Pública celebrado el pasado noviembre en Madrid. Decía el ponente que probablemente el servicio de Ratzinger a la Iglesia fue mayor durante los años de servicio al Papa San Juan Pablo II que durante sus años como Papa Benedicto XVI. Y esa afirmación redobló mi certeza de recordar un hombre tan grande como “humilde”.
Ahora, tras su muerte, ha salido a la luz su Testamento espiritual, escrito tras su renuncia y mantenido a la espera de este momento final. Y les invito a leerlo reconociendo esos pequeños consejos que tienen una grandeza extraordinaria: “¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir!”. Una despedida que recoge, aún así, una confianza en la inteligencia humana y su capacidad de descubrir la verdad que es don y es tarea a la vez.
Hace muchos años escuché a un compañero dar un consejo a un amigo al que se le había muerto un familiar cercano. Decía que siempre le había ayudado la analogía del vaso de agua. Uno devuelve el vaso dando las gracias a quien te lo ha ofrecido. Devolver a Dios la vida humana de Joseph Ratzinger – Benedicto XVI dándole las gracias por el frescor hidratante de su vida que ha saciado mucha sed en este turbulento y desconfiando mundo que padece el latigazo cruel de la secularización.
Hoy el Papa Francisco devuelve un vaso grande y humilde al Creador, que por amor nos ha dado a Jesús su Hijo que nos ha mostrado el camino espiritual de la verdad.
Descanse en Paz Benedicto XVI