No es lo mismo tener cuerpo que ser corpóreo. Estamos más acostumbrados a escuchar más la primera opción, como si las manos, los pies, la cabeza, etc., fuesen objetos que poseemos. No tenemos manos, sino que somos capaces de tocar, agarrar, etc. Somos capaces de andar erguidos y de girar la mirada en una o en otra dirección. Somos corpóreos. Somos nuestro cuerpo. Más allá de la economía del lenguaje o de los usos comunes del mismo, cuidar la expresión y usar los términos de forma rigurosa contribuyen a pensar correctamente y de forma creativa. La lucha crítica por no dejarnos manipular pasa por estar atentos a estas mínimas consideraciones del lenguaje que pueden ser la condición de posibilidad de una vida de profunda libertad interior y de verdadera alegría personal. Somos sujeto y objeto de nuestra reflexión sobre nosotros mismos.
Se usan los objetos, se manipulan las cosas, se compran y se venden productos. No entramos en ese espacio mínimo del que nuestra libertad y autoconciencia nos hace abrirnos a un nivel superior. Puede que nos contentemos con habitar ese sitio que, por ser también real, nos pertenece. Pero no dar el salto a otro ámbito convertirá nuestras relaciones interpersonales en meramente nutritivas o, cuando más, instintivas. Son, pero también son insuficientemente humanas. Somos seres de encuentros y creatividad.
Esta semana se celebra un congreso en el IES La Laboral sobre “Jóvenes, Pantallas y Pornografía”. La importancia de la temática a tratar no se nos escapa a nadie que esté atento a los sucesos narrados por los servicios informativos. Personalmente considero que la educación, en todas las etapas educativas, es la base de la reconstrucción de una sociedad verdaderamente humana. Y hemos de promover el uso riguroso del lenguaje para que podamos saltar de nivel y promover un desarrollo integral de las personas. Si “tengo” cuerpo y las demás personas con las que me relaciono “tienen” cuerpo, mis relaciones serán distintas que, si “soy” corpóreo, y mi identidad plena es asumida en su integridad. Entonces más que tener, seré capaz de establecer ámbitos de encuentro con otras personas. Y eso es distinto, totalmente diferente.
Mientras nos esforcemos en enseñar valores ofreciendo esquemas de comprensión o mapas mentales, que es lo que estamos haciendo, poco éxito vamos a tener al respecto. Es necesario ofrecer la posibilidad de descubrirlos y despertar la belleza y el sentido que encierran. Se enseñan los objetos, las cosas se definen y describen; pero la empatía, el cuidado, la compasión, el amor, etc., exigen la experiencia del encuentro. Y este itinerario, aunque no las excluyan, va más allá de la pantalla. Hay que redescubrir la experiencia de ser mirados por otro rostro que nos ayuda a descubrir nuestra propia identidad. Ese es otro nivel.
Quienes lo descubren y se sienten transformados por esta grandeza, ya no se contentan con niveles inferiores. Como reconocía El Principito: aquella rosa de su planeta no es una rosa más, un objeto cuantificable, una cosa. Aquella era “su” rosa. Había surgido entre ellos un ámbito de encuentro; había ascendido de nivel: había surgido el amor.
Lo peor que pudiera ocurrirnos es escuchar esto como un mero romanticismo inútil. Detrás de estas certezas compartidas se da una vida de excelencia ética y de verdadera libertad interior. A eso se le suele conocer vida creativa.