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Si no me hablas con amabilidad, cállate

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 01 de octubre de 2020, 06:00h

En estos días he revisado listados de virtudes. De hecho, si la búsqueda la hacemos en Google nos aparecen más 31.000.000 de vínculos web sobre el tema de las virtudes; tema del todo inabarcable. Tal vez fue un comentario en la radio lo que me empujó a semejante revisión. Existen virtudes intelectuales. Las hay morales. Aparecen las teologales y las cardinales. Todas ofrecen una fuerza y una constancia en una dirección que perfecciona la vida individual y que contribuye al bien de la comunidad.

Pero, ¿por qué no es atractiva la búsqueda de la virtud? Tal vez por el rostro de los virtuosos. Cualquier virtud debería ir arropada por la amabilidad y la alegría. Es como la grasa de las bisagras. Pueden ser las puertas muy seguras y hermosas, pero necesita que no nos chirríen sus bisagras. Y hay virtudes que, en su ejercicio radical, chirrían. Hace falta mayor amabilidad. Que, por otro lado, también es virtud.

Cómo se agradece encontrarnos con una persona amable. No importa que no sea el primero de la clase si es amable. Porque el primero de la clase sin amabilidad chirría. Un líder tiene que ser amable. Esa virtud que engrasa las relaciones interpersonales llenándolas de cordialidad y de serena frescura.

Dicen que la amabilidad es un valor social que se funda en el respeto, el afecto y benevolencia en nuestra forma de relacionarnos con el otro. La amabilidad es esencial para la convivencia en sociedad. La amabilidad es una forma de mostrar nuestro respeto y afecto hacia el otro. Muchas personas echan en falta amabilidad en la política, en sus discursos y ruedas de prensa. Se echa en falta en las correcciones y en las prohibiciones. Hay un exceso de prisa en el trato que crispa las relaciones. Y las cosas que han de perdurar necesitan tiempo en su elaboración.

Aquel eslogan que hablaba de Tenerife como una isla amable. No por su geografía, flora y arte, sino por la gente, por las personas que tratan y atienden a quienes nos visitan y generan, como turistas, nuestro producto interior bruto. Y había esfuerzo en ganar esta actitud o esta necesaria virtud de trato mutuo.

Se ha reducido hasta límites peligroso los turistas que nos visitan. Es un verdadero problema. Pero, ¿habremos dejado de ser una isla amable? Por favor, no…

Seguimos necesitando tratos cordiales, afables, respetuosos, benevolentes. Entre nosotros. Amabilidad en la docencia y en la coordinación de actividades. En la circulación y en los traslados, sean por medios propios o en transportes públicos. Cuando acudimos a una tienda o a un bar, o cuando le preguntamos a alguien por una dirección. Amabilidad en los cuidados sanitarios y en los procesos administrativos de los mismos. Detrás de cualquier ventanilla solo debería haber personas que en su proceso de selección hayan dado muestras de amabilidad.

Si no vas a hablar con amabilidad, entonces calla.

Porque digas lo que digas, por interesante y valioso que sea tu discurso, por necesario que sea su contenido, la aridez y lo chirriante del mismo envenenarán mi capacidad de escucha. Si no puedes ser amable, entonces espera, trabaja la virtud y, luego, vuelve y cuéntame lo que quieras.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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