Cada lunes espero ansiosamente el artículo de Iván Redondo en La Vanguardia.
Siempre me sorprende y me sirve para extraer la información de cómo piensa una parte de España: la de la resistencia, esa que no entiende de reveses, oculta las derrotas y convierte a los errores en aciertos, en el empeño de mantener siempre en alto sus legítimos deseos. Es bueno que existan estas tendencias preñadas de optimismo porque son las que garantizan el que haya grupos involucrados directamente en la efectividad de los cambios necesarios para avivar la evolución y el progreso.
El articulo de hoy se titula “Vuelve Sánchez” y trata de establecer que estamos en una política de caudillaje, en la que la figura del líder es imprescindible, colocándose por encima de lo ideológico. Sobre todo cuando concluye con la siguiente frase: “Tenemos al piloto, ahora solo nos falta el coche”, queriendo asimilar la figura del presidente con la que él mismo encarna en su trayectoria profesional. Lo importante es el individuo: Albiol, Monagos, Sánchez, la idea es algo subsidiario. Pero Redondo no se queda ahí. Va más allá y resume las bondades del Gobierno de coalición con la siguiente frase: “¿Por qué existe el primer Gobierno de coalición progresista frente a tanto miedo y caos? No existe por una cuestión de poder, existe por todo lo que significa: la esperanza y el orgullo de la España imparable que nos quiso robar la historia”.
Es el “España nos roba”, del independentismo, trasladado al escenario nacional de las reivindicaciones que aparentemente habían sido superadas en la Transición de 1978. Ese periodo que hizo posibles a los Sánchez y a los Redondos, pero que no significó nada a la hora de saldar una reconciliación con la historia.
No es verdad que el Frankenstein haya sido el primer Gobierno de coalición en nuestro país. Ya desde las elecciones de 1979 se hicieron, allí donde se pudo, coaliciones progresistas que eran la demostración de una nostalgia de cierto frentismo popular. Esta es la esperanza y el orgullo que le fue robado a la izquierda y que intenta resurgir en los gobiernos posteriores a Felipe González.
Estos días la figura del piloto salvador anda algo comprometida por los incidentes en la frontera de Melilla, pero de esto no se habla. El País le dedica un editorial, y de paso argumenta que la tensión migratoria se ha incrementado por culpa del cambio climático y la guerra de Ucrania, las dos causas oficiales que nos aquejan de un tiempo a esta parte. Es decir, que han muerto cerca de treinta personas indefensas en algo que se ha denominado asalto, convirtiendo en un hecho bélico lo que hasta ahora era un drama que estremecía a las poblaciones sensibles de todo el mundo.
Al menos, hasta el rescate del Aquarius era así. Los subsaharianos nos invaden y los hemos rechazado con una operación policial de extraordinario valor. Mientras tanto soñamos con la restauración de una revolución, ya obsoleta, cuya oportunidad de fructificar nos fue robada por la historia. Lo peor es que Redondo tiene razón y seguimos viviendo con la losa de esa cuenta pendiente insoportable.
La otra cara de la moneda dice, bien a las claras, que las preferencias electorales son otras, que la gente está un poco harta y desengañada y que los pactos no son otra cosa que las soluciones de última hora frente a las decadencias ideológicas, porque, a buen seguro que, si el piloto tuviera un bólido donde ir solo, consideraría que la compañía con la que hoy está obligado a viajar sería un lastre que habría de quitarse de encima a toda costa.
La única pregunta que me hago es ¿quién podrá hacerle caso a este gurú? También me planteo lo mismo con el éxito de Pepe Benavente con “el gallo sube”, y ya ven ustedes: está ahí, tanto en invierno como en verano, subido sobre la carroza de la cabalgata.