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Saber con ruedas

Por Daniel Molini Dezotti
domingo 26 de marzo de 2023, 06:00h

Miré el reloj del teléfono móvil por casualidad, no quería ver la hora, si no activar la continuación de un programa de radio que estaba escuchando.

Convencido del respeto hacia las personas que me quieren y lo demuestran con buenos consejos, detuve mis andares -por “cacharrear” mientras camino me he llevado buenos golpes y algunos sustos-, le di un toque suave al icono de pausa para convertirlo en play, y seguí escuchando una voz privilegiada leyendo una de las cinco conferencias que el grandísimo autor argentino Jorge Luis Borges, presentó en la Universidad de Belgrano de la ciudad de Buenos Aires.

Me imaginaba al anciano ciego, año 1978. en un anfiteatro repleto, hablando con titubeos que generaban hallazgos superlativos.

Aquellas conferencias se transformaron en el texto “Borges Oral” cuyo prólogo reza: “Cuando la Universidad de Belgrano me propuso dar cinco clases, elegí temas con los cuales me había consustanciado el tiempo.

El primero, el libro, ese instrumento sin el cual no puedo imaginar mi vida, y que no es menos íntimo para mí que las manos o que los ojos...”

Luego enumeraba otros que serían analizados sucesivamente: la inmortalidad, la figura de Swedenborg, el cuento policial, y finalmente el tiempo.

Pero estaba con la hora, apenas sobrepasadas las cuatro de la tarde. La deriva me llevaba a la montaña de siempre, con las mismas subidas, las mismas bajadas, con los compañeros intangibles de todos los días, llegados desde nubes digitales con charlas, conferencias, reportajes.

Aprendía del escritor: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación.”

Como si la ponderación fuese insuficiente continuaba: “... cuando se habla de la biblioteca de Alejandría se dice que es la memoria de la humanidad. Eso es el libro y es algo más también, la imaginación. Porque, ¿qué es nuestro pasado sino una serie de sueños? ¿Qué diferencia puede haber entre recordar sueños y recordar el pasado? Esa es la función que realiza el libro...”

En ese mismo instante, apenas superados los puntos suspensivos, mis pasos fueron rebasados por un autobús sin ventanas, celeste con letras blancas y una especie de V verde parecida a un corazón pintado en un flanco.

Lo había visto otras veces, aparcado un poco más allá de Barrio Nuevo, decorado con una orgullosa auto referencia: “#SoyLecturaSC Biblioguagua Municipal.”

Me alegré al verlo detenido en el lugar acostumbrado, y cuando me asomé por una puerta lateral vi a dos jóvenes preparando la “función” de esa tarde.

“Por supuesto” que sí, respondieron cuando les pregunté si podía hacerles un par de preguntas, prometiendo que me marcharía cuando llegase el primer “cliente”

Jorge Rodríguez y Carlos San Antonio, bibliotecario el primero, conductor el segundo, acomodaban ejemplares en un estante, completaban planillas de estadísticas y a pesar de eso se las arreglaron para ilustrarme sobre la biblioteca rodante, que visita 18 barrios de Santa Cruz en 20 ciclos.

Me explicaron que cada 3 semanas repetían la misma ruta, que los préstamos se devolvían a los 21 días, para que nunca se viesen mermados los 1500 títulos que traslada el vehículo, de un fondo editorial de 10000.

Me contagiaron el entusiasmo, estarían instalado en ese lugar desde 16,15 hasta las 17,15 momento en que seguirían viaje montaña arriba, hacia Los Campitos.

No dudaron, las obras más requeridas eran las relacionadas con la literatura infantil, solicitadas por padres acompañando a sus hijos o viceversa, para renovar alegrías de letras y palabras sin tener que desplazarse lejos, gracias al servicio del Ayuntamiento de Santa Cruz.

Dotado con internet, los funcionarios llevan la cuenta exacta de los temas que interesan, el número de personas que acude, la edad, con el objeto de servir cada vez mejor a los ciudadanos, convencidos de la importancia de la lectura, un bien a promocionar.

Pudieron dedicarme tiempo porque la parada en Barrio Nuevo no es de las más concurridas, calculaban que esa tarde llegarían 3 interesados, pero luego en Los Campitos la afluencia aumentaría, no tanto como en Residencial Anaga o en La Gallega, donde la demanda se multiplica, siendo habitual que no les alcance el tiempo para registrar a los usuarios, debiendo hacerlo tras el cierre.

Tal como prometí interrumpí mi ¿entrevista? cuando vi a un niño de unos 13, 14 años portando una bolsa de plástico blanco que se asomaba con timidez.

Una vez en el interior preguntó si tenían algo de fútbol y el bibliotecario le respondió, entusiasmado, con otra: “Los Futbolísimos, ¿te mola?”

Lionel -nombre el joven que quizás justificaba su interés por el deporte- no tenía documento de identidad, por eso no pudo darse de alta como usuario, tampoco llevarse el libro, no obstante, Jorge y Carlos lo esperarían en la próxima visita.

Borges detestaba el fútbol tanto como amaba a los libros; Lionel, de momento, ama a los libros sobre fútbol, pero, ¿y si en el futuro, tras presentar su DNI y haber disputado todos los partidos imaginarios en páginas de goles, descubre la existencia de nuevos campeonatos alojados en el resto del catálogo?

¿Y si tiene la suerte, más allá de fueras de juegos y victorias, de recibir un texto de Borges, en ese mismo coloso de saber con ruedas convertido en estadio? ¿y si se aficiona, transformándose en un lector que podría vivir tantos títulos como vidas?.

Nadie lo sabe, ni siquiera Don Jorge Luis, genio pero no infalible. Lo que sí es seguro es que, pase lo que pase, la “biblioguagua” seguirá rondando por los barrios.

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