Si tuviéramos que simbolizar la humanidad tendríamos que anudar el ejemplo con nudos fuertes de mutua dependencia. Las personas no somos islas, más bien somos una red. Un muro de piedras aunadas que dependen las unas de las otras de manera que si una falla, todo el muro social se resiente. Nos necesitamos todos. Esta situación de alerta sanitaria nos ha ayudado a percibirlo de manera evidenciada. Hay una serie de oficios y labores a las que, de ordinario no les damos importancia, y que han sido objeto de reiterados aplausos.
Esta certeza está detrás del principio ético del bien común. Este principio está siempre orientado hacia el progreso de las personas. El orden social y su progreso deben subordinarse al bien de las personas y no al contrario. Este orden tiene por base la verdad, se edifica en la justicia, es vivificado por el amor. Esta trilogía funciona como las patas de madera de una butaca. Si falta alguna se desequilibra el conjunto de todo: ni verdad sin justicia y amor, ni justicia sin verdad y amor; como sería un insulto un amor sin verdad ni justicia.
En un escrito del siglo IV atribuido al apóstol Bernabé, que aunque apócrifo en algunos códices aparece al final del Nuevo Testamento, se hace una afirmación que me gustaría compartir. «No viváis aislados, cerrados en vosotros mismos, como si estuvieseis ya justificados, sino reuníos para buscar juntos lo que constituye el interés común» (Pseudo Bernabé 4, 10). La búsqueda común del bien común, porque no somos islas.
Por bien común, es preciso entender el conjunto de aquellas condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección. Afecta a la vida de todos. Exige la prudencia por parte de cada uno, y más aún por la de aquellos que ejercen la autoridad. Supone, en primer lugar, el respeto a la persona en cuanto tal. Exige el bienestar social y el desarrollo del grupo mismo. Implica, finalmente, la paz, es decir, la estabilidad y la seguridad de un orden justo.
Ya no vale que cada uno aguante su palo, pues el palo está sostenido por otros y son los otros los que posibilitan que estemos adecuadamente posados. Cada uno de nosotros es parte de esa red social en la que todos hemos sido soñados personalmente. No hay vida inútiles, aunque nuestra libertad nos permita vivirla inútilmente. Cada cual es parte de cada uno, enredados mutuamente en esta tela que sostiene la historia común. No es mentira que el movimiento de aire que produce el batir de las alas de una mariposa afecta a toda la tierra, a toda la atmósfera.
Por eso, cuidar a una persona es cuidar la humanidad; ayudar a otra persona es mejorar la humanidad. No nos amparemos en que somos incapaces de solucionar el mal del mundo, porque cuando solucionas un mal, mejoras el bien de todos.