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Reflexiones sobre una cabeza

Por Julio Fajardo Sánchez
sábado 11 de junio de 2022, 12:32h

El crítico de arte José María Moreno Galván empezaba sus charlas diciendo: “Creo en pocas cosas, pero en las que creo las tengo bien arraigadas”. Luego se rascaba sus escasos pelos. No sé exactamente qué quería decir con eso; por los años en que lo afirmaba, a principio de los setenta, supongo que era una manera de afirmar una militancia que era difícil confesar de otra forma. Esto no quería decir, en ningún caso, que tuviera poca información en su cabeza, sino más bien que la que tenía estaba siempre dirigida hacia una tendencia. Era una cuestión de estilo.

Se puede tener la cabeza bien amueblada, que es como se dice ahora, pero los muebles ser de Ikea, de diseño italiano o revestidos del regusto clásico. Todo puede ser. Por eso esa frase que sirve para determinar las capacidades de cada uno no me sirven demasiado para representar a la persona que tengo delante. A veces es necesario orientarse hacia otras posibilidades y salirse de la uniformidad con la que nos aprisiona el compromiso ideológico.

Seguramente Moreno Galván se ponía un poquito pesado dándole vueltas a la misma cosa, confundiendo a la modernidad con la afiliación a una convicción irrenunciable, cuando lo que caracteriza a este término es precisamente su ductilidad, la apertura a nuevas experiencias.

Confieso que es complicado adivinar lo que hay en cada una de las cabezas con las que nos tropezamos todos los días. Puede ser que solo encontremos un barniz, o una chapa sintética ocultando un aglomerado fabricado con virutas a presión; o quizá solo la existencia de una creencia a machamartillo de la que solo se puede extraer lo que permite el fanatismo.

En esto de las cabezas hay mucha variedad. Un tío mío decía que valía más un culo y media cabeza que una cabeza y medio culo. Quería decir que en la sociedad de mérito se premiaba más a la paciencia que a la curiosidad; al estar sobre las posaderas aguardando la aparición de la inspiración que nunca llega, antes que al asombro por la brillantez del descubrimiento del superdotado; al paciente esfuerzo de la comprobación de la prueba y el error que a la elegancia inteligente del proceso lógico.

En fin, no voy a seguir enumerando disyuntivas porque ustedes ya saben a lo que me refiero: la cigarra y la hormiga de La Fontaine y Samaniego. En las carreras de caballos se gana por una cabeza, como dice el tango de Alfredo Le Pera, pero lo cierto es que, en ocasiones, la Foto finish indica que lo primeo que atraviesa la linea de meta son los trancos delanteros del animal. No nos podemos guiar por algo tan impreciso para adjudicarle al mundo sus certezas. Yo hace tiempo que dejé de fiarme de esos procedimientos para basar mis juicios, acertados o no.

José María Moreno Galván, creía en pocas cosas, es cierto, y se lamentaba de no poder acceder a otros placeres, como, por ejemplo, una lata sabrosa de fabada Litoral. Se le hacía la boca agua imaginando aquello que le había prohibido el médico por miedo al infarto que acabó llevándoselo definitivamente.

Quizá en esa añoranza de un mundo vetado y en conserva estaba el secreto de su ansiedad no saciada, de las líneas rojas que su compromiso no le permitía atravesar a fuer de ser considerado alguien con poca credibilidad. Hoy nos encontramos con que estas lealtades son valoradas en exceso, y comprobamos cómo es despreciado aquel que se deja contaminar por la variedad que el conocimiento pone a su alcance.

A algunas cabezas les sobran muebles, y son iguales a esas habitaciones repletas de ellos por las que se hace imposible desplazarse. Son casi tan peligrosas como las huecas: tan vacías que se pasan las horas escuchando el eco de sí mismas. Cuando caemos en manos de una de ellas, Dios nos coja confesados.

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