¿Qué nos está pasando? Es algo que no tiene que ver con el cambio climático. Quizá se deba a ciclos históricos que nunca superamos y nos vemos obligados a repetir. Es tan absurdo lo que tapa la columna de humo como la propia columna. Es difícil hacer el relato de hechos y declaraciones concatenadas que varían de un día para otro, como si estuviéramos en un proceso permanente de prueba y error.
Posiblemente a mí me coja todo esto con el pie cambiado y no llego a entender a los que escriben el guion diario. Por eso creo que el mundo se me ha ido de las manos, que se trata de algo generacional, que las cosas que ocurrían según mi patrón de medirlas ya no volverán a ser así, que soy un desfasado y que mis puntos de vista ya no tienen cabida en la modernidad. Luego me sereno y contemplo que aquello que agita mi mente es un deja vu, que ya lo hemos vivido, y que vuelvo a estar en el punto de la onda que ya fue y que se repite con un periodo cada vez más corto.
Este podría ser el argumento para escribir la novela más actual, pero si lo considero cíclico y vulgar me estaré alejando del deber de transmitir algo trascendente. Ni siquiera para eso sirve el tiempo en que vivimos. Cómo iba a reseñar al mismo tiempo que una prensa estúpida intenta justificar la conducta de un asesino que descuartiza a su víctima, y simultáneamente crucifica a alguien que solo se presenta como un borde ante la sociedad, la misma que le ha elegido para un cargo de ata responsabilidad, y que ahora se lamenta de no disponer de la actualización de los códigos para enjuiciarlo.
No quiero repetir lo de estamos locos porque solo con eso no iríamos a ninguna parte. Sería mejor preguntarnos qué es lo que nos pasa, sobre todo ahora que hacemos llamados continuos a preservar nuestra salud mental. De nada serviría hablar del agotamiento de las ideas y de los procesos que las mantienen en pie. No tiene sentido referirse a los proyectos de cambio que nos conducen al retroceso, a la busca del tiempo perdido, cuando sabemos, igual que Proust, que ese tiempo no existe.
Da igual quién empezara con esto. No arreglaríamos nada culpando a uno solo. La situación es que hay una sociedad dividida en dos partes que no se soportan. Pero la realidad es que la mayoría no lo siente así y sabe que es una minoría la que se altera por lo que hace o dice la otra. Siempre ha ocurrido igual. En España fueron a matarse y arrastraron con ellos a millones de personas que no tenían la culpa. Ahora andamos en algo bastante parecido. No son tantos. Solo unos cuantos, y varios periódicos y televisiones.
Parecen muchos, porque tienen altavoces que hacen ruido y pretenden inquietarnos con esa táctica confesada de “es necesario tensionar”. Yo podría aconsejar que no les hiciéramos caso, pero entonces las garantías democráticas se nos irían al suelo. La esperanza está en que existe una reserva dispuesta a no seguirles el juego, informadores que aún no se han vendido a los cánticos de los bandos y mantienen la esperanza de que la ecuanimidad y la razón son posibles todavía.
Hay mucha gente buena e inteligente en este país, y a esos no se les engaña tan fácilmente.