Punto y final
viernes 09 de octubre de 2015, 09:52h
La determinación de los padres de Andrea Lago para lograr que su hija pudiera tener una muerte digna ha reabierto el debate sobre el derecho a precipitar nuestro final, en un país de honda tradición cristiana.
Cuando siquiera tenemos probado cuándo empieza y acaba la vida, es difícil meditar y legislar sobre un asunto que navega entre la ética y la fisiología. Si controvertido es el derecho a privar a un ser vivo de ver la luz, tanto o más lo es adelantar su conclusión. No hace falta ser determinista para permitir que nuestro destino se construya sin interferencias, pero cuando el futuro se hace ingrato, incluso es insufrible el presente, no es fácil renunciar a ponerle remedio por muy expeditiva que sea la solución.
La ley de Cuidados Paliativos y Muerte Digna, aprobada por el gobierno socialista en la primavera de 2011, precedida un año antes por la Ley andaluza de derechos y garantías de la dignidad de la persona en el proceso de la muerte, aborda la regulación de la ortotanasia para los enfermos incurables o terminales, evitando el ensañamiento terapéutico y aliviando el dolor con la aplicación de tratamientos paliativos. La sedación voluntaria, que reduce el padecimiento innecesario -aunque acorte la agonía o acelere la defunción-, no es ni ética ni legalmente reprobable cuando persigue un tránsito menos cruel. Pero, ¿cómo abordamos en conciencia la ilegal petición de asistencia al suicidio, regulada en Suiza, o la demanda de eutanasia activa cuando la solicita un desahuciado clínico o un tetrapléjico sin esperanza?
Dejando al margen el plano religioso, no es fácil trazar una frontera nítida en el ejercicio de los derechos individuales cuando se cuestiona la existencia, a pesar de los principios hipocráticos, el instinto de supervivencia y la obligada asistencia al enfermo psíquico o físico. El suicidio es una opción individual, que debemos tratar de evitar con argumentos o la privación de autonomía, pero quienes no resuelven su desazón tras una segunda oportunidad, acaban con su vida sin que nada podamos hacer por evitarlo. La diferencia, también en esta encrucijada, es que hay seres humanos privados de la capacidad de elegir entre Eros y Tánatos, porque su situación les impide responder a ese dilema como lo hacemos todos los demás.
En esta sociedad insatisfecha, que revisa todos los modelos para darse importancia y creerse conductora de su porvenir, no tardará mucho en reavivarse la polémica sobre el paso siguiente a la cesación del esfuerzo médico y se rescatará del baúl de la Cultura Progre Dominante las reflexiones de Francis Bacon y Tomás Moro o los ejemplos de Madeleine Z y Ramón Sampedro, para avanzar sin resistencia hacia un nuevo eufemismo del suicidio, que será el “acto final de autodeterminación”. Un objetivo que volverá a poner en cuestión las creencias existenciales y nos sumirá en la confusión del relativismo imperante.
Mientras llega ese momento, el fútbol y los toros nos evitan sondear en la ética personal, para facilitar el silencio de nuestro Pepito Grillo. Un ser imaginario al que conviene escuchar, especialmente cuando nos recuerda que la vida es un bien escaso, que debemos consumir con mucho cuidado para poder apreciarlo mucho tiempo, sin que nos resulte artificial.