La regeneración de la vida pública fue el objetivo de reflexión en la XXV Escuela de Otoño de Cáritas Diocesana de Tenerife. No se regenera porque haya pasado algo grave que la haya degenerado, sino porque, como nuestro mismo organismo corporal, el proceso de regeneración celular es un elemento continuo sin el que no sobreviviríamos ni siete años. Siempre estamos en fase de regeneración del cuerpo administrativo de nuestra sociedad y de la administración del Estado.
El Bien Común, como concepto de mayor calado que el Bienestar General, fue objeto especial de reflexión y de aportación por parte de quienes participaron en la mencionada Escuela. La Participación consciente y responsable de todos los miembros de la sociedad es, sin duda, el camino.
Cuando uno habla con algún actor social sobre la deriva de las administraciones públicas se cae del guindo. La burocracia y la corrupción están tentando a las instituciones siempre y por todas partes. Y hay que estar siempre renovando estas estructuras que, como toda estructura humana, puede servir al bien de todos a al bien particular. Siempre renovando, siempre regenerando.
Tomar consciencia de este fenómeno es importante para que los responsables renueven su compromiso con las personas a las que sirven, tanto si fueron elegidos por ellos democráticamente como si sin funcionarios y servidores públicos a tiempo completo. Todos somos buenos hasta que no se demuestra lo contrario, pero todos estamos tentados de que desaparezca del horizonte de nuestra vida el bien común como principio-guía de nuestra labor.
La sociedad no es mala, sino que está tentada de maldad. Nosotros estamos tentados de esa fea costumbre de colocarnos los primeros en la lista de prioridades. Es atávico cuidar de los nuestros e instintivo cuidar de uno mismo. Pero la constitución social de la antropología humana y los valores superiores que genera nuestra inteligencia y voluntad nos hace situarnos en la lógica de la totalidad frente a la lógica del individualismo.
Todo el mundo es bueno hasta que no se demuestra lo contrario o hasta que no se descubre existencialmente que el pecado original es evidente. La inclinación concupiscente para amarnos a nosotros mismos sobre todas las cosas, con un amor despedido e insano, es la que hace que debamos abrirnos a la gracia de la regeneración. Metanoia la llamaban los griegos, porque de vez en cuando hace falta darle la vuelta al calcetín de nuestros comportamientos públicos.
Es difícil pasar del primero yo a aquello de primero lo de todos. Pero este paso pequeño para una persona, grande para la humanidad, es el que ha transformado la tribu en sociedad. Y esa evolución progresiva, con sus luces y sus sombras, ha logrado avances incalculables, y ha necesitado permanentemente regeneración de las esferas públicas.
Hay quienes leerán estos párrafos sintiendo que en mi interior habita el mito de la utopía. Yo preferiría considerar que en nuestro interior habita la esperanza en la grandeza de lo humano. Por muy mal que haya obrado alguien en provecho propio, me resisto a descartar la posibilidad de que, al poner la cabeza sobre la almohada, no tenga el resquicio de considerar que la belleza del bien no le esté arañando los sueños.
Primero lo de todos.