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«Ponte la mascarilla que te quiero conocer»

Por Juan Pedro Rivero González
jueves 21 de enero de 2021, 05:00h
A quienes hemos conocido en estos últimos tiempos no los hemos conocido del todo o, al menos, no les hemos conocido como estábamos acostumbrados a conocer hasta ahora. No me digan que no les ha ocurrido ver el rostro de alguien con quien han iniciado una relación teniendo mascarilla y al verlo sin ella no le conocían. A mí me ha pasado ya numerosas veces. De tal modo que entre bromas he comentado con algunas personas que en el futuro, si dejamos de usa este instrumento de cuidado mutuo que es la mascarilla, deberemos decirle a la persona “oye, por favor, ponte la mascarilla a ver quién eres”. Creo que esta experiencia le está dando la razón a Martin Buber y a su aportación a la antropología del rostro.

El rostro, y no solo los ojos, son el espejo del alma. Y cuando no podemos ver esa alma reflejada, no nos bastan las palabras para conocer a la persona que tenemos en frente. Pero la circunstancia que comparto es curiosamente la contraria. Necesitamos que se oculten detrás de la mascarilla para resucitar de nuestro recuerdo lo que hemos imaginado que existía detrás. ¿Cúando me ha ocurrido? Con la preparación de las bodas sobre todo. Aquellos novios a los que acompañé en su preparaión, cuando el día de la boda para una foto en la iglesia se quitaron la mascarilla me resultaron del todo desconocidos. Me pareció impresionante. Me di cuenta que el problema no era la mascarilla sino yo. Les puse un rostro imaginario con el que no coincidía la realidad.

Damos por supuesto, suponemos cosas, generamos expectativas como si fuera la realidad y, en el fondo, en esto como en tantas otras cosas, la realidad es diferente de lo imaginado. Deformamos la realidad cuando la miramos desde la suposición. Nos autoengañamos. Sería preferible hacerlo de otro modo, pero resulta que el rostro es tan importante para interactuar con una persona, para conocerla, que si no tenemos acceso a él nos vemos obligados a imaginarlo.

Una persona sin rostro es solo un dato contabilizable. Un caso o una tarea. Una persona es una persona. Creo que por eso resulta más fácil un aborto que un infanticidio. Porque sin rostro visible la realidad se difumina. Cuando alguien asume rostro para nosotros su dignidad es inalienable. No es un “que”, sino un “quien”.

Tapar el rostro como provocación, como en el coqueteo del abanico, o tapar el rostro de manera obligatoria con el burka como expresión de propiedad de “algo” que sin rostro no será culturalmente un “alguien”. Tapar o destapar. Desvelar o revelar. El rostro será siempre el espacio por el que se nos escapa el alma hacia el alma de otra persona que habita frente a mí.

Pronto llegarán las fiestas del Carnaval. La fiesta en la que escondo el rostro. El disimulo y la fantasía, la careta y la persona: el personaje. Todo un espacio de reflexión que provoca la dimensión antropológica del rostro.

No debemos hablar de alguien sin antes decirlo mirándole el rostro. La crítica, los rumores, los chismes, como se hacen sin el rostro del otro son agresiones a la dignidad de la persona. Son definiciones sin rostro, imaginadas unas veces, desenfocadlas otras.

Ponte la mascarilla que te quiero conocer.

Juan Pedro Rivero González

Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

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