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Politiqueo o gestión del dinero público” (I…)

Por José Luis Azzollini García
lunes 17 de octubre de 2022, 11:09h

Si ganas mil euros al mes, no te deberías permitir tener gastos que superen esa cantidad. Si tienes más de cien kilos de peso, habrás de comer menos calorías si deseas ponerte en una talla treinta y ocho. Estas son premisas de Perogrullo; pero podrían ser pilares del fundamento básico que comporta una gestión. Gestionar, nos dice el diccionario de la RAE -segunda acepción-, que es “ocuparse de la administración, organización y funcionamiento de una empresa, actividad económica u organismo”. Me he permitido remarcar estas tres palabras pues me vienen “al pelo” para el desarrollo de este artículo.

Los organismos públicos están administrados por funcionarios que cumplen, en una u otra medida, con el cometido para el que fueron contratados. Su responsabilidad empieza en su propio nivel de seriedad en el trabajo y termina en la puerta del jefe inmediatamente superior. Las de éste, seguirán una línea similar a la de sus subordinados y así, hasta llegar a la parte en la que se deja de ser miembro del funcionariado y se pasa a hablar de política. Este último eslabón de la cadena de mandos, es quien asume, o debería asumir, todo lo que se haga en su sector de responsabilidad. Dará cuenta del gasto al pueblo que le votó. Aunque, tal y como está diseñado nuestro sistema de elecciones, a quien informará será al partido político que le colocó en su puesto. Lo del pueblo soberano queda muy bien al escribirlo pero, en la actualidad, se diluye alguito.

Si ahora tomamos esta visión resumida -muy resumida- de la organización de la Administración y la ponemos al revés, podremos captar mejor la gestión económica de la que hablo. Esto es; comenzaríamos por la parte política quien sería el máximo exponente en la cadena económica –Presidente, Ministro, Senador, Consejero, Alcaldes, Concejales- . Le seguirían sus inmediatos subordinados que ocuparían Las Direcciones Generales, Subdirecciones, Secretarías, etcétera. Y, cada uno de ellos con su correspondiente parte del pastel en lo que a partidas presupuestarias se refiere. A partir de estos puestos, y para seguir con la simplificación anteriormente señalada, ya entraríamos en aquellos, que perteneciendo al cuerpo de técnicos, son de designación política y van cambiando -con nombramientos a dedo, o por meritocracia- según el color del partido que ocupen los cargos políticos. Cada uno de estos escalafones de mando, tendrá también, su coparte de la tarta del dinero para el desarrollo de su cometido. Cuando se llega al final del túnel, en muchos casos, solo se suele encontrar a policías sin chalecos de seguridad, a bomberos sin escaleras, a maestros impartiendo enseñanza en barracones, a médicos saturados y obligados a atender en siete u ocho minutos a sus pacientes, a inspectores de todo tipo que no dan avío con su labor, hospitales con deficiencias, edificaciones abandonadas, carreteras impracticables, gente si viviendas ni ayudas y un largo ¡larguísimo! etcétera, que hablan de la realidad. Y, todo esto que nos falta, o que tenemos en precario, solo tiene una parte responsable. ¿El Presidente del Gobierno?, ¿sus ministros?, ¿los directores generales de lo que sea? ¿Un alcalde o sus concejales? -cada cual que ponga aquí el cargo que crea conveniente, puesto que las preguntas se pueden formular, desde lo más grande, hasta lo menos grande-. Aunque, también, podríamos desviar la mirada hacia un espejo y ver otro posible responsable. Esa imagen, tal vez no dirá que, quienes figuraremos como líderes, por derecho propio, seremos cada una de las personas que depositamos nuestros votos en la urna cuando corresponde.

Suelo ser de las personas que leen los programas electorales ¡ya son ganitas de perder el tiempo! Y, en base a lo que leo y a lo que sucede después de los cien primeros días, suelo decantar mi votación posterior. Pero siempre echo en falta lo mismo. ¿Costaría mucho que, cuando escriban su retahíla de planes -lo del puedo prometer y prometo que diría el Señor Suárez- hicieran constar, además del proyecto que sea: el montante económico que comportará su ejecución, la prioridad que se le dará y el porcentaje que eso se llevaría de los impuestos que se recaudan? ¿Sería posible que cuando se proponga una obra se expusiera, públicamente, el compromiso de dimitir -verbo en extinción- si no se cumpliera con el tiempo y cuantía presupuestada? ¿Cuál puede ser la razón de que, una gran parte de las promesas políticas, sean magníficas obras pensadas para ocupar los catálogos universales de la grandiosidad, -síndrome pirámides-, más que para cubrir las necesidades expuestas en infinidad de foros de debate ciudadano? Me suele faltar el que la parte política nos hable de gestión. ¡Pura y simplemente de gestión! A mí, como creo que a cualquier contribuyente, me gusta saber que, el dinero que nos dejamos en los impuestos -sean directos o indirectos-, se gastan en cosas que se necesiten. Me cuesta aceptar ver las fotografías de rigor inaugurando edificaciones que han sufrido retrasos importantes, o que han costado el doble y el triple de lo que se dijo que costarían. No se cortan un pelo: tijeritas en una mano, cinta en la otra, un cachito por aquí, otro por allá, sonrisa espléndidamente estudiada y foto para la posteridad. Y, pasará lo mismo cuando solo se haya puesto una primera piedra. Y, cuando entre el primer usuario, Y… ¡Siempre hay momentos para una foto!

Me molesta sobremanera, ver a políticos o cargos asimilados, comer con alguna visita foránea, o entre ellos -que es más doloroso- en restaurantes de primerísima categoría con cargo a la “lata del gofio”. ¿Comer en “guanchinches”[1], era solo cosas de un ex gobernador? El espíritu de “la inauguración de pantanos”, toma posesión en la mente de muchos de estos servidores públicos, desde que toman posesión. ¡Llega a parecer obsesivo! ¡Casi enfermizo!

Cuando yo trabajaba en lo privado, tenía asignado un presupuesto para dietas, otro para comidas y atenciones a clientes y cero pesetas y/o euros, para “regalitos”. Es más, en mi código ético, tenía terminantemente prohibido recibir atenciones. Trabajé también en lo público, gestionando recursos humanos y económicos. Nadie me dijo que no se podían aceptar “regalitos”, pero se sabía que era incorrecto. Y, cuando iba a comer con los compañeros, tal y como seguimos haciéndolo después de jubilados, era con cargo a nuestros propios bolsillos. Daba gusto cuando, ahorrándoles dinero a los contribuyentes, conseguías aumentar la calidad en lo que era responsabilidad propia. ¡Simplemente gestionando! Por esa razón siempre pienso que, reducir impuestos, es más que posible eliminando los superfluo y/o lo que llaman “el chocolate del loro”, que todos lo nombran, pero que no se dedican a erradicarlo.

Todo es posible, pero el pistoletazo de salida corresponde darlo a quienes votan. Se ejercita cada cuatro años y se controla no dejándose engatusar por palabras bien dichas o promesas grandilocuentes. ¡Que nos hablen del gasto público! ¡Cada cosa que se hace tiene un coste económico que pagamos todos!

¡En política, juego raso y calculadora, para el control de gestión, en mano!

[1] Guachinche.- Bodega en Canarias, abierta para vender el vino propio y donde sirve algún plato de comida a precios bastante económicos (No confundir con tasca o bodegón, que sería otra cosa).

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