Hay ejemplo gráficos que apoyaron aquellas enseñanzas que nos hicieron de pequeños. Los valores y las virtudes iban acompañados de sencillas narraciones que fortalecían con su elocuencia gráfica la enseñanza a transmitir. La difamación era representada con el hecho de derramar aceite que impregna toda la realidad y es imposible de ser recogido de nuevo en la botella. Y nos quedaba grabado que difamar a una persona no tenía vuelta atrás. Tal vez me gustaba más el ejemplo de tirar al viento las plumas de un saco. Era una imagen más amplia, tenía horizonte, y me imaginaba una especie de fuegos artificiales de plumas blancas en el azul del cielo. Sea el aceite, sean las plumas, cuando difamamos a otra persona, siempre quedará la mancha de nuestra mala acción.
Esta experiencia, por acción u omisión, es experiencia universal. Todos reconocemos la definitividad del mal tanto por haberlo hecho como por haberlo sufrido. El chisme sin fundamento, la sospecha infundada, el run run onomatopéyico, la sonrisa pícara que invita a que le pidan un “cuéntame, cuéntame” en medio de una conversación. Todas formas sencillas de difamación destructiva que cada cual sabrá el motivo oculto en su interés personal.
En la actualidad los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad al respecto. Como son eco de la vida social, de lo que se dice y de lo que ocurre, si no tienen cuidado pueden ser eco de difamaciones. No quiero leer mala intención en ello, pues suelen hacerse eco de lo que dicen otros. Pero tener cuidado al respecto no cuesta mucho y, no permitir que la sociedad resbale sobre aceite derramado o que respire las plumas esparcidas por aquí y por allá, es un esfuerzo que logra el bien social.
¿Por qué digo esto? Porque en el mes de febrero, algunos medios de información derramaron la sospecha de que la Iglesia católica destinaba a fines no adecuados, como a apoyar 13TV del Grupo Cope, parte de los fondos que recibe de quienes ponen la “X” en la casilla correspondiente en el IRPF. Eso se dijo porque alguien supuestamente lo filtró a algunos medios. Ya tienen ustedes el aceite derramado y las plumas al vuelo.
Aunque el Tribunal de Cuentas haya aprobado por unanimidad que en la gestión de la Iglesia católica en España no haya irregularidades, vamos a ver quién recoge las plumas en el mes de julio, en vísperas de las vacaciones y detrás de las mascarillas en una distancia social que cada vez se está convirtiendo en más necesaria. ¿Rectificarán aquellos medios? ¿Saldrá alguna declaración de la persona que filtró aquella mentira?
Me resisto a pensar lo que todo bien pensante en esta situación pensaría. Hay interés en decir lo que no es, para que supongamos que el ruido que hace el río es por las piedras que lleva. ¡Qué daño se hace con la difamación!
Recordemos el nº 1 del Artículo 18 de nuestra Constitución Española: «Se garantiza el derecho al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen».
De plumas y aceite derramado no habla la Constitución, claro está…