Tengo amigos que son tan, tan socialistas que admiten pocos comentarios en contra sobre ese modo de entender la política. Tengo otros amigos que no hacen otra cosa, que meterse con ellos entonando viejos cánticos y enarbolando banderas patrias como si les perteneciera solo a ellos. Y, después tengo otro buen montón de amistades a quienes me uno para ver todo lo que pasa en ese ruedo, pero desde la barrera. Tal vez pudiera parecer una actitud cobarde a alguno de los otros dos grupos que he mencionado; pero en mi caso, el haber adquirido asiento en esa posición de observación, me permite seguir pudiendo conversar, con ambos, sin sufrir daño alguno en mi relación con ellos. Es verdad que son muchas las veces que tengo que morderme la lengua para evitar que salten chispas y hagan rozaduras incómodas, pero de momento, voy escapando.
Desde esa atalaya, se ven las cosas mucho mejor y la observación de la realidad política, muchas veces, requiere de la objetividad que te da el no estar casado con ninguna posición de izquierdas ni de derechas. Cada una de las personas que conozco, tiene su corazoncito, en el mismo lado que lo tenemos todos. Y, a cada una de ellas, se les estremece ese órgano cuando observan cosas que no son de recibo admitir. Lo único que pasa, es que, dependiendo del lado en el que se hayan posicionado, el motivo de que sucedan situaciones poco aceptables por la sociedad, son culpa de uno o de los contrarios. Y eso es así, porque el “quiste” puede que sea, tan enorme, que no admita tratamiento.
Como digo, el estar desligado de credos políticos de una u otra tendencia, me ofrece una visión más objetiva, que intento mantener a toda costa. Pero, con todo y eso, en muchas ocasiones me veo en la obligación de dar explicaciones por haberme decantado hacia un lado o hacia el otro. Y, lo curioso del caso, es que son otras tantas ocasiones que desde ambos lados se analiza lo dicho por mí, pero desde cada uno de sus propios posicionamientos. No sé si tendrá sentido, pero desde cada lado de la cuerda, se muestran argumentos que pudieran tener razón para mantener “su verdad” sobre lo dicho o aportado. Lo cierto es que la línea que divide a ambos grupos es, tan delgada, que muchas veces no consiguen darse cuenta, ni ellos mismos, que tal vez tangan más cosas en común que la que les separa. En muchas ocasiones, lo que les vuelve irreconciliables, son las posturas de sus respectivos líderes. Y, eso es muy triste porque que lo que se defendería, no son los ideales, sino lo que dicen determinadas personas sobre esos ideales.
Por ejemplo, si un líder político dice en un mitin que no hay derecho a que el dinero público se dilapide de forma indiscriminada en proyectos que nada o poco benefician a la población; seguramente nos estará convenciendo a todos, pues nadie se siente ajeno a que el dinero obtenido vía impuestos no se use de forma correcta. Pero, si ese político sigue hablando -nunca paran de hablar- y aporta perlas como que, para no malgastar el dinero, se deberían suprimir las ayudas a los más necesitados con el pretexto de que deberían ponerse a trabajar y a producir, pues ya estarían cruzando esa delgada línea de la que hablo. A quien así hablara, se le tacharía de facha, retrógrada o algo mucho peor. Y, al contrario de buenista o blandengue. ¡Tan desacertado Pepe, como José!
Antiguamente, el “ideal político” que venía desarrollándose desde la mismísima Grecia, era lo que marcaba la pauta de cada personaje que se ponía el mono de político. Ahora y desde que a muchos les mueven los preceptos acuñados por “Poderoso Señor don Dinero”, aquellos ideales han ido pasando a un segundo plano. Lo que ahora interesa, es el bienestar de uno mismo, independientemente de que al resto del mundo mundial, le vaya de aquella otra manera. Para entendernos: si el resto del mundo no dirige su destino hacia donde lo dirijo yo, pues allá ellos.
En nuestro querido País y desde hace ya algunos años, se viene observando cómo, cada vez que cambia un gobierno, quienes quedan en la oposición solo muestran interés en machacar todo lo que se haga desde la posición contraria. Da igual que esa operación de acoso y derribo se haga de frente y abiertamente o se lleve a cabo con subterfugios más o menos “maquiavélicos”. Lo que importa es el resultado. Por otro lado también se observa, que quienes han llegado al poder dedican parte de sus estrategias en cambiar el rumbo de lo que fuera que se estaba haciendo. A los unos, les importa tres pimientos el generar desestabilización con sus palitos en las ruedas, a aquellos otros, a quienes se las trae al pairo el que sus proyectos, decretos y leyes, solo les sirva a sus propios intereses y a los de quienes les apoyan.
La población española cada vez con mayor insistencia, solo habla de desencanto de la política en general. Los españoles en su conjunto, llevamos unos años viendo como la casa del pueblo, El Parlamento, solo parece ser usado para justificar el cobro de dietas y para ponerse a caer de un burro entre “Montecos” y “Capuletos”. Todas las parlamentarias y los parlamentarios que allí se sientan proclaman, dicen y defienden que allí se está como representante del pueblo que los han elegido. Pero, ¿Me estará representando quién dedica el tiempo que se les da para parlamentar, en insultar, mentir, calumniar y despreciar a sus adversarios políticos, por el simple hecho de serlo? ¡No y mil veces, no!
Tenemos un gran número de violaciones de Leyes obsoletas por la sencilla realidad de que quienes deberían estar trabajando para adecuar todos esos códigos de leyes penales, judiciales, laborales, civiles, mercantiles y medioambientales, dedican su tiempo, nuestro tiempo, a tratar en profundidad el tema que más les gusta: el “y tú más”.
Andamos necesitados de ordenamientos que nos permitan acceder a lo púbico en igualdad de oportunidades y a lo privado con similar actitud. Y los partidos políticos, lo saben y lo dejan explícitamente establecido en sus distintos programas políticos, justo hasta antes de obtener sus escaños y posicionamientos. Después, ya se sabe que pasa como “lo prometido”.
Tal vez esas personas piensen que lo están haciendo de maravilla porque hay gente que aplaude sus embistes hacia quienes no son de su mismo parecer. ¿Nos hemos convertido en hooligan? ¿Somos verdaderamente objetivos a la hora de valorar lo que hace el grupo políticos al que votamos? Me temo que la respuesta no es muy agradable de leer. Hoy en día solo mostramos radicalidad con lo que es distinto a nuestro parecer. No somos capaces de ponernos exigentes con quien hemos votado y no cumple con su cometido. Muy al contrario, gastamos gran parte de nuestras energías en justificar lo injustificable. Y, así nos va.
De la misma manera que un plátano que ha madurado, no volverá a su color verde, podremos estar siendo testigos de un cambio de paradigma político. Y todo, por aceptar el recrudecimiento de la vida política como algo normal.