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Cristianismo cultural

Por Francesca Jaume
lunes 29 de marzo de 2021, 09:22h
Los barómetros del CIS de los últimos años infieren que en España el porcentaje de población atea ya supera al de los católicos practicantes. Cada día a más personas les cuesta creer que hace unos dos mil años existió un mesías hijo de Dios y nacido de madre virgen que resucitó al tercer día de haber muerto en la cruz. Y la cuestión no es sólo la falta de fe, sino que también muchas personas consideran a la religión -y especialmente a la cristiana- como uno de los movimientos más nocivos de la humanidad. Y sin embargo, a pesar de ello, no se observan reivindicaciones en el sentido de eliminar todo el sustrato creado durante los dos milenios en que no se concebía un poder político que no estuviera ligado al religioso.

Dos milenios con la religión impregnando casi todos los aspectos de la sociedad, han supuesto que, independientemente de que uno tenga fe o no en lo que indican los evangelios, sea mucho el poso cristiano sin que exista ninguna reclamación social para eliminarlo. Ejemplos los tenemos clarísimos: el calendario (el santoral y los días festivos), unas leyes en las que vemos reflejados casi la totalidad de los diez mandamientos y también expresiones cotidianas como “se lava las manos como Poncio Pilatos”, “va hecho un ecce homo”, “Herodes en una guardería”, “ser un fariseo” o “cargar con la Cruz”.

Pero, además de todo ello, en torno a la Iglesia, y en parte debido al papel de mecenas de ésta, se han creado incontables y excelsas obras pictóricas, escultóricas, arquitectónicas y musicales. El arte sacro es un patrimonio cultural digno de admirar y de preservar.

Precisamente esta semana, de estar ante circunstancias normales, tendríamos la oportunidad de contemplar una de las expresiones culturales más notorias de los cristianos, como son las procesiones de Semana Santa. Aunque uno no se crea de la misa la mitad, nada le impide deleitarse con los magníficos pasos que portan las confrarías, admirar la elegancia de las vestimentas de los penitentes o, por supuesto, ponérsele el vello de punta con la bellísima música procesional de las bandas.
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