Viento
miércoles 03 de febrero de 2021, 08:00h
Escribo este billete semanal adornado auditivamente por un viento de mil demonios; o si lo prefieren, en versión sudamericana, un viento del carajo.
Por mucho que el viento no deje de ser un simple flujo de aire que se produce dentro de la capa atmosférica de la Tierra, tampoco deja de ser un auténtico coñazo. De hecho, es uno de los meteoros más desagradables que se producen en nuestro mundo; no sé si es lo mismo en los otros vecinos de la Vía Láctea o, si me apuran, más lejos.
Independientemente de la demostrada inutilidad de este fenómeno meteorológico (que, de lógico, no tiene nada), el viento no produce otra cosa que molestias, desperfectos, contrariedades, fastidios, engorros y, rizando el rizo calificativo, hasta desgracias cuando se tercia. Bueno, para ser precisos y en base a una verdad relativa, lo de la inutilidad del viento, ahora mismo, en nuestros días, está en entredicho por aquello de la creación de energía eólica (nombre que proviene del diosgriego Eolo, uno de los personajes divinos más desgraciados y con una fama que se arrastra por los suelos desde siglos ha). Resulta que, gracias al soplo del viento, una especie de molinos espantosos y estéticamente ridículos, recogen el vendaval y lo convierten en fuerza para que la lavadora y la televisión funcionen tranquilamente. ¡Ya me contarán ustedes! Se las piensan todas.
Existen personas que, aunque parezca mentira, creen, ingenuamente, que el viento, la fuerza del viento, agudiza el ingenio e intensifica las facultades mentales de un modo harto considerable. Suelen ser humanos, éstos, carentes de toda inteligencia y con la ignorancia, supina, por supuesto, por delante. Son los mismos que creen en la eficacia de las cremas preparadas con piel de serpiente para evitar, o en su caso disminuir los dolores del reuma, de la glosopeda o el moquillo. Gente que no está preparada para la vida moderna.
El viento, ni aumenta el coeficiente intelectual, ni incrementa la creatividad, ni afloja el dolor, ni nada de nada; simplemente, molesta y, con este objetivo, Dios lo creó para que la gente estuviera medio atolondrada y pecara menos de lo debido.
El citado meteoro enerva, pone de los nervios al más pintado. Dejando aparte el tremendo y desagradable efecto visual y sus nefastas consecuencias, el bufido a que nuestros oídos se ven sometidos, produce una desazón que desequilibra nuestro sosiego habitual y enaltece una situación de inquietud que nos desnivela y nos descompensa nuestra mente y, a su ve, nuestro querido cerebro.
La escritora Matilde Asensi -una alicantina con más de veinte millones de lectores en todo el planeta- dejó escrita esta brillante frase: “si hay un fenómeno de la naturaleza que altere el ánimo, ese fenómeno es el viento. Es difícil comprender por qué, pero al igual que el sol aviva el espíritu y la lluvia lo entristece, el viento lo inquieta y lo perturba”. Sí señor, gran verdad.
Uno espera y desespera rogando a la Naturaleza que cese el estrépito vendaval y, como más implora dicha petición, más se recrudece su violencia. Cuando, finalmente, la “bestia” encalma y, fatigada de tanta estúpido esfuerzo, decide dar por finalizada su estéril labor, deja un escenario derrotado, con una simetria desdibujada, una sequía incompetente y un nada de positividad.
Cierro estas palabras comprimidas con el ansia irreprimible de que se detenga este sinsentido y vuelva la cordura, ni que sea por un instante.
¡Puto viento!