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Berenziná

Por Francisco Gilet
miércoles 25 de noviembre de 2020, 04:00h

A la retirada de Napoleón por la estepa rusa se la conoce como Berenziná. Fueron los generales rusos “diciembre, enero y febrero” los que lograron que la Grande Armée se dejase el alma y la grandeur en la nieve ensangrentada. Años más tarde, invadida Rusia por los blindados de Guderian, Stalin salió a la gran tribuna de la plaza roja de Moscú e inició su proclama al pueblo ruso, no con el habitual “Camaradas”, sino con un inclusivo “Hermanos y hermanas”, llamando a la unidad y al sacrificio para derrotar al feroz fascismo nazi. Y, una vez más, el general “invierno”, venció a los atrevidos invasores de la gran patria rusa, parándoles los pies en Stalingrado.

Trasportándonos a nuestro tiempo y país, los avatares que vivimos hacen nacer el ansia de disponer también de esos generales rusos y de la estrategia del tirano para hacerle frente a otro discípulo aventajado del socialismo estalinista. Los próximos meses pueden ser cruciales y los “hermanos y hermanas” debemos aprestarnos para aplastar la cabeza a todos aquellos que desean que ardamos, se están apropiando de nuestra libertad, de nuestra democracia, de nuestras creencias y hasta de nuestra intimidad.

El estado de alarma, absolutamente ilegal, anticonstitucional, está acompañado de la mayor de las invasiones al Estado de Derecho. El nepotismo que el social comunismo está implantando es de una desvergüenza e impunidad absoluta. Todos colocan a todos, todos reparten a todos, todos lo gastan todo. Ser esposo, cuñado, sobrino de ministro o de alto cargo socialista o comunista, implica recibir el maná del gobierno o de los altos cargos sin medida ni escrúpulo alguno. El líder supremo se gastará 80.000 euros para mejorar su imagen en sus exposiciones públicas. Igualmente lo hará el comunista, más preocupado por su look que por defender aquellos derechos y libertades que reclamaba, tiempo ha, desde entarimados instalados en plazas públicas. Ahora se puede mentir, engañar, falsear, incluso incumplir la ley, y a eso ya no le corresponde la dimisión sino un lloriqueo. Aquel “jarabe democrático” a la vicepresidente, ahora requiere una condena de cuatro años de cárcel, no por tirar piedras, sino por dejar oír el himno nacional en las proximidades de su palacete. Mientras tanto, la ministra de la cosa ecológica no tiene empacho alguno en regalar 600.000 euros a la empresa que preside el marido de una cara bonita de TVE. Ese “amor” a la familia solamente cabe a los que viven en el paraíso socialista, el resto de los mortales simplemente estamos autorizados a reunirnos seis y a dar gracias que no nos encierran sin más.

Los españoles no tenemos derecho a salir a la calle para demostrar nuestra repulsa hacia un gobierno social comunista sectario, dictatorial y censor de todo cuanto no le guste o le convenga. Y estamos a un paso de que, tomar un café, signifique dar toda nuestra intimidad a una base de datos con tenedor desconocido. La ingeniería social de este gobierno, regulada por decreto y aplicada por unos Fouché y Rasputín jamás elegidos, exprime todo cuanto le apetece, configura todo cuanto le conviene, acogota todo cuanto le contradice. Y encima pretende que lo recibamos, agradecidos, como un regalo del líder supremo. Poco importa que haya colas de hambre, que haya parados sin cobrar subsidio, que haya residentes llamativamente fallecidos, que haya más de cuatro millones de españoles sin trabajo, que la deuda pública sea la más alta de la historia del país, nada de ello es capaz de distraer su acción de acabar con el sistema e implantar un nuevo modelo en donde el Estado sea el dueño y señor de las vidas y haciendas de la plebe.

La inaudita ley Celáa es un buen ejemplo; doctrinaria, sectaria, negadora de valores, impositiva de ideologías, expropiadora de derecho y, por encima de todo, instrumento de incautación de derechos y libertades de los verdaderos y únicos responsables de la educación integral de los alumnos, sus padres. El desprecio del gobierno social comunista a todo ello, y más, es absoluto, fruto de una ideología que lo ocupa todo. Una ofensa a la legalidad que le permite hacer uso de fiscales ocupantes de cargos políticos y de políticos ocupantes de tarimas judiciales. Respeto a la división de poderes, en absoluto. Invasión de estos, absoluta.

Lo lamentable es que, mirar a derecha, mirar a izquierda, y no hallar ese “general invierno” que pueda vencer, acabar con tanta corrupción produce un sentimiento de absoluta orfandad. No se contempla en el horizonte ninguna voz como Bob Woodward, ningún Adenauer, ningún Brand, ningún Churchill, ningún Kennedy que comande a la sociedad, blandiendo los valores de la honestidad, de la decencia, de la honradez, del sacrificio, del servicio al bien común. Nada, no hay nada. No hay nadie que desprenda un halo de la suficiente bonhomía política para insuflar esperanza y confianza en la ciudadanía. O sea, Stalingrado será un lejano recuerdo, el general “invierno” una bonita alegoría y la hipocresía de Stalin un modelo que, cotidianamente, seguirán los social comunistas que tenemos que soportar.

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