La nación se va deslizando ante nuestros ojos, ante nuestra quietud, conformidad o, simplemente, miedo. Ya nada es como antes, ni tan siquiera Alfonso Guerra, el látigo de la UCD, el verdugo de Montesquieu permanece más allá de una sonrisa burlona. Ya no queda nada ni de él, ni de cientos de hombres y mujeres que, con convicción, pero sin bisturí, dieron la vuelta a España como si fuese un calcetín. Había libertad de pensamiento, de expresión, de credo, de educación, obviamente sin devoción, pero también sin coerción.
Pretendían una sociedad moderna, activa, floreciente. Y lo intentaron, con errores, con equivocaciones, con olvidos, pero jamás con desprecio de un marco, de un terreno de juego aceptado como principio fundamental; todos los ciudadanos tienen derecho a una justicia, a una vivienda, a un trabajo, a una enseñanza, a una sanidad, a una prensa, en una sociedad libre. Jugaron con la magistratura, con la prensa, con la Iglesia, con la sanidad, con la docencia. Pero, jamás, jamás, coartaron la libertad de elección de la ciudadanía. No impusieron doctrina, ni credo, ni ideología. Intentaron convencer y no vencer. Sin embargo, como ha dicho una socialista, esos eran otros tiempos; el socialismo de hoy es lo que estamos viendo. Lo otro, es pasado. Parafraseando a Vasili Grossman; todo fluye y, de todo aquello, nada permanece.
Ya no es el momento de llorar por los compañeros asesinados, de defender al Estado como ente superior, de recordar la T4 demolida de recordar los coches bomba, ni Hipercor, ni las casas cuarteles, ni los tiros en la nuca. No, ahora es el momento de la paz de los asesinos, de “Patria”, del desierto de sentimientos. Ahora es el momento de la cesión, de la ingeniería estratégica, de aspirar el aroma a sangre, a goma 2, como si surgiera de nardos. Es la paz de los cementerios, en donde solamente pueden llorar los familiares de las víctimas, sean políticos, juristas, policías, guardia civiles, funcionarios, niños. Tanto da, ahora es el momento de dominar a cualquier precio, incluso haciendo que fluya la dignidad. Un decoro que, en muchas ocasiones, ni se tiene.
Ahora es el momento del trueque de la honra de gobernar por los números recogidos en un pendrive, para gastar, para alimentar monosabios, para comprar voluntades, para regar vergüenzas, para empesebrar, en fin, a toda la sociedad. La obra exige una escenografía, unos personajes, una estructura, unos decorados en donde quepan todos cuantos coadyuven al fin perseguido; el poder. Y para tal fin, no hay medio despreciable. El comienzo siempre es el mismo; acobardar al adversario y amansar la queja del amigo. La ley es el medio más útil para esconder la realidad y configurar la escenografía. Ley contra el derecho a la salud, ley contra el derecho a la educación, ley contra el derecho a la libertad de expresión, ley contra el derecho al trabajo, ley contra el derecho a la movilidad, ley contra el derecho al ocio, ley contra el derecho al culto.
Todo recubierto con un estado de excepción y el Decreto Ley dictado con descontrol. Sin trasparencia, sin justificación y, por encima de todo, sin derecho a la discrepancia, acusada de antipatriotismo. Todo está siendo trastocado, sin vergüenza alguna. A cambio de unos votos todo es intercambiable. A cambio de un refrendo todo espermutable, nada es intocable. Es preciso que así sea para dar satisfacción a todos los gobiernos que nos rigen; el socialismo, el comunismo, el separatismo, el nacionalismo, el independentismo.
Todos ellos exigen prenda, y a todos ellos se les debe entregar lo reclamado, aunque sea una parte del territorio o una parte de nuestra intimidad. Ahí está la llamada Comisión Permanente contra la Desinformación, para, entrometiéndose en la intimidad personal, vigilar, fisgonear y sancionar una “desinformación”, así considerada por el mismo órgano avizor. Los informes surgirán de tal Comisión, al estilo de los deutschland-berichte, siguiendo la instrucciones del líder.
Y los firmarán personajes que, desde la sombra y sin haber sido elegidos por el pueblo, han configurado una estructura con miles de cargos, asesores, palmeros, inspectores, paniaguados, la mayoría de ellos con un falso doctorado o licenciatura en su fraudulento currículo. Es el führerprinzip establecido como ejemplo, desde el mismo instante de su investidura, por ese líder.
Bajo el paraguas de una supuesta acción gubernamental contra la “desinformación”, se pretende acallar toda crítica a la acción o personajes del gobierno. Si fuese esa la realidad, tal Comisión ya habría actuado contra los ministros que “mienten” al proclamar que los votos etarras son necesarios para hacer posible la “necesidad imperiosa” de sacar las cuentas adelante. Unos votos absolutamente innecesarios en la carrera de san Jerónimo o en el parlamento navarro. No, esa falsa noticia, la “necesidad imperiosa” no se denunciará, ya que, es pura escenografía, mientras el comunista no tiene empacho alguno en contradecir al socialista. Para el marxista, el apoyo etarra a las cuentas es “un acto de generosidad política”.
Mientras tanto, el dador de esa generosidad va anunciando que acuden a Madrid para acabar con el Estado, puesto que, al fin y a la postre, los asesinatos no eran sino daños colaterales del objetivo principal, la independencia de la gran Euskalerria. Esto no fluye, esto permanece, ante el consentimiento de unos gobernantes que han hecho de la política española una vergüenza internacional.