El mismo día que la esperanza colectiva se disparó tras conocerse que la vacuna de Pzifer y BioNTech contra el coronavirus funciona en nueve de cada 10 casos, y el mismo que la incertidumbre se desplomó, desde mi tierra turolense nos llegó una trágica noticia: había fallecido por Covid 19 un médico turolense, traumatologo, el doctor Melchor Guillén. Con esta reciente muerte, la cifra de colegas fallecidos desdue apareció esta pandemia es de 69.
Cuesta hacer callo, y cuesta mucho permanecer anestesiados ante la demoledora cifra. Son muchos duelos por colegas muertos los que tenemos que afrontar, además de los duelos de los familiares, de los pacientes que mueren por Covid. Unido a esto, la sobrecarga y el estrés crónico acumulativo amenazan nuestra salud cerebral. Tarde o temprano, los médicos pagaremos la hipoteca mental contraída por los esfuerzos realizados. Nuestra salud mental está en riesgo. Nuestras emociones, nuestro sueño, nuestros sentimientos, nuestra memoria, nuestra autoestima, nuestras relaciones familiares e interpersonales, están en juego.
El cerebro es como la Visa, también puede ponerse en números rojos, y es entonces cuando la quiebra amenaza. Nuestra vulnerabilidad psicosomática se ha disparado, así como el déficit cognitivo secundario al estrés, lo que supone menos capacidad de prestar atención, de estar en el aquí y en el ahora, de ser menos conscientes y de tomar las decisiones adecuadas.
Nuestra carga alostática nos predispondrá, según nuestro genoma y epigenoma, a una u otra dolencia. Ese es el alto precio que los médicos pagan y van a pagar. Algunos colegas iniciarán su proceso individual de burnout, y otros llegarán a la estación terminal del 'medico quemado'. Es cuando se experimenta la fatiga de la compasión, cuando se deshumaniza el contacto con el paciente, cuando uno tiene la creencia de que su vida profesional es un fracaso, y cuando proyecta sobre los pacientes toda su frustración.
Sin salud mental no hay bienestar emocional posible. En este contexto, el reto del médico es priorizar su propio cuidado personal en un ambiente altamente estresante, y construir y practicar habilidades emocionales para gestionar el malestar emocional que les genera su trabajo. Pero esto no es fácil. Esto no es algo a lo que estemos acostumbrados.
Otros han tenido peor suerte. 69 ya no están vivos, puesto que han fallecido. Es este el barómetro del compromiso vocacional de los médicos en esta pandemia. Y el mejor testimonio es contarlos y contárselo a uno mismo y a los ciudadanos.
Todo esto lo saben los seudolideres políticos. También lo sabe el ministro-filosofo prepotente y soberbio que ignora que hay una huelga médica y que sabe que si no nos recibe antes del 24 de noviembre habrá una segunda repetición. ¿Qué puede pasarle por la cabeza a un ministro que sabe que puede parar esta huelga, recibiendo y negociando con la CESM- Confederación estatal de sindicatos Médicos? ¿En qué ocupa su tiempo? ¿A quién iría si se pusiera enfermo? ¿A quién elegiría? ¿A un médico sin el título?
Bien, sostengo otra vez que no hay amnesia para tantas lápidas. Algunos no quieren verlas, pero su silencio no conseguirá que les olvidemos. Estamos moralmente obligados a recordarlos y homenajearlos una y otra vez. Se lo merecen.
Solo por ellos, si el Gobierno de Sánchez tuviera un poco de vergüenza y humanidad, nos darían la oportunidad de ser escuchados. Tal vez aprenderían algo sobre cómo funciona la sanidad, de lo que tienen que hacer para rescatarla y darle solvencia. No le robaremos el protagonismo. Solo le contaremos la realidad. Pero quizás sea este su gran problema, y esa la gran tragedia del pueblo español y de los pacientes. Es obvio que no consume realidad.
Ya saben: en derrota transitoria, pero nunca en doma. D.E.P