La cabra tira al monte. Puede bajar de los riscos, pastar un rato en la pradera, beber del riachuelo, pero a la que puede vuelve a trepar porque se siente cómoda colgada del peñasco. Es su naturaleza. En este 2020 están pasando tantas cosas -casi todas malas- que es comprensible que nadie recuerde nada del año anterior. En abril de 2019, cuando Pablo Iglesias aún soñaba con desbancar a Pedro Sánchez del liderazgo de la izquierda, asistimos a un debate electoral en el que el líder de Podemos se presentó durante dos horas como la encarnación vallecana de un socialdemócrata sueco. Aquel tono mesurado, esa voz meliflua, sus llamadas al sosiego al resto de candidatos cuando la discusión se encrespaba… Cada poco Coleta Morada blandía un ejemplar de la Constitución del 78 exigiendo su cumplimiento. Fue una actuación portentosa que llevó a muchos periodistas a proclamar que había sido el claro vencedor del debate.
Despues de abrevar mansamente aquel rato ante las cámaras de televisión como un tierno cabritillo, el resultado electoral no fue el esperado. Ni asalto a los cielos, ni sorpasso, ni tan siquiera cosquillas en los pies del PSOE. De aquel fracaso podemita Sánchez y su publicista se vinieron tan arriba que convocaron otras elecciones para terminar de hundirlos, pero no funcionó. Y aquí estamos, con un vicepresidente del gobierno tratando de demoler el sistema constitucional desde dentro, sin bajarse del coche oficial, porque así se hacen las revoluciones en el siglo XXI, y no asesinando zares.
En un partido radical la apariencia de moderación dura menos que un okupa en Galapagar. Tras el abrazo de Sánchez e Iglesias, dos boxeadores “sonaos” por el crochet del último resultado electoral, Podemos volvió a lo que era, lo que es, y lo que será siempre: un partido populista de izquierdas dirigido por comunistas que se presentan a las elecciones sabiendo que no pueden salir de ese armario, porque el comunismo hace años que no cotiza en las urnas de ningún país solvente. Eso obliga a disfrazarse de otra cosa.
Lo curioso es que el debate interno entre un posibilismo moderado y la ortodoxia de la extrema izquierda se produjo en Podemos, y Errejón salió escaldado. Mucho antes que ETA dejara de matar también hubo controversia en Batasuna sobre la conveniencia de seguir arreando tiros en la nuca como forma de hacer política, y ganaron los pistoleros. Sin establecer comparaciones morales entre ambos casos, la experiencia demuestra que, más allá de tacticismos coyunturales, en la organizaciones radicales siempre se imponen los duros.
Venía escuchando desde hace meses concienzudas explicaciones de personas bien informadas sobre la estrategia de VOX para moderar su mensaje, templar el tono y convertirse así en la alternativa real al gobierno de Sánchez. Yo sonreía. El discurso alucinado de Abascal en la moción de censura no me sorprendió tanto por su fondo como por su torpeza. Hay que ser muy lerdo para dejarte colocar un mitin completo de Trump en una España que se desangra sanitaria, social y económicamente como ningún otro país desarrollado del mundo. Si no fuera por el drama que estamos viviendo, da risa pensar qué sería de una economía de servicios como la nuestra en el mundo antiglobal que sueña Abascal y predica Steve Bannon.
Si preguntas en la calle por Soros la mayoría te contestará que es una isla griega, pero Abascal decidió dedicarle una parte de su discurso a este oscuro personaje para explicar cómo es posible que un mentiroso patológico habite La Moncloa. Luego escupió a China, en uno de esos salivazos al cielo que te caen directamente en el ojo. La artillería pesada la reservó para la Unión Europea, un club de amigos que de momento evita que España entre en suspensión de pagos. En la moción de censura, Abascal se presentaba como candidato a presidir un país que acabará 2020 con un deuda pública superior al 14% de su PIB. España es una empresa quebrada. El único banco que nos fía es Europa, pero Abascal prefirió mostrarse como un Varufakis con pelo y barba.
Ya se ha escrito que Abascal ha cometido el mismo error que Iglesias y Rivera, sólo que antes de lo previsto. El tiro en el pie definitivo se lo ha dado apuntando a Bruselas, al atender los consejos de los mismos estrategas trumpianos que azuzaron el Brexit, y que hoy operan en Hungría y Polonia para debilitar intramuros el proyecto europeo en beneficio de Estados Unidos. Casado ha puesto por fin el pie en la pared con VOX porque piensa, con razón, que el único freno posible al despotismo de Sánchez y al populismo de Iglesias se encuentra en las instituciones comunitarias. Y Abascal cuando sueña se cisca en ellas.