Después de la polémica que levantó con su ocurrencia de sugerir el desinfectante como medicina ante los contagios por COVID-19, Donald Trump tuvo que aclarar que se trataba de una broma o chiste. Sin embargo, casi nadie creyó que lo dijera en broma, no lo dijo en un contexto que se prestara a bulla. Su gracieta supuso el ingreso en centros hospitalarios de más de cien incautos, votantes suyos es de suponer.
Fue un episodio más en la lista de histrionismos de este patán que dirige la principal economía mundial, con el permiso de China. Para Trump el coronavirus sólo había sido un elemento más en lo que es su carrera política. Algo que puede quitarte o darte poder. Sólo le preocupaba en la medida que suponía una barrera en su objetivo de revalidar la presidencia de los Estados Unidos. (De hecho, muchos estamos esperando que la vacuna ‘americana’ sea anunciada dos o tres días antes del Gran Martes. Por lo tanto, la fecha se acerca).
Esperpentos como el de la lejía y Trump ocurren cuando se elige para estar dirigiendo una nación a una persona cuyo único objetivo es aumentar su particular poder económico y todo lo que se le pone por delante es circunstancial e instrumental. Incluso las acciones políticas que uno puede aplaudir -como por ejemplo el bloqueo a la execrable dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela-, no son más que acciones finalistas en interés propio.
Hace relativamente poco, con su sempiterno aire chulesco, lo veíamos acudir a actos públicos sin mascarilla y organizando actos masivos sin complejos, menospreciando los efectos de la pandemia. Pues le ha tocado, como ya ocurrió con los otros dos rascayús que se habían tomado a risa el Sars-CoV-2: Jair Bolsonaro y Boris Jonhson. Le ha entrado el bicho y lo han tenido que poner enseguida a buen recaudo al ser un cuerpo de alto riesgo: setenta y cuatro años, obeso, y con colesterol. Por suerte para él, seguro que está siendo atendido por un cuerpo de excelentes médicos que le aplicarán los mejores tratamientos que conozcan y no se les ocurrirá recurrir a nada estrambótico como la inyección de desinfectante, aunque se lo merezca.