Normandía entera es un paraíso. Lo es para turistas y curiosos, para naturalistas y, por supuesto, para amantes de la historia y, muy especialmente, para los fascinados por la de la Segunda Guerra Mundial.
La carretera que une Arromanches-les-Bains y Colville-sur-Mer es una delicia. Uno transita por entre típicas granjas con sus característicos tejados, lugares donde se producen quesos extraordinarios y un licor tan excelso como el Calvados.
Hasta hace unas pocas décadas, era todavía posible observar cómo en algunas de esas granjas sobrevivían verdaderos 'transformers' de la Guerra. Jeeps y vehículos semioruga, y hasta carros de combate, abandonados por invasores y defensores del desembarco, fueron apropiados por los granjeros, que los convirtieron en maquinaria agrícola, mucho más útil para la salvación de la humanidad que los ingenios bélicos.
En 2013 abrió incluso un nuevo museo en la zona, conformado por la colección particular de uno de aquellos granjeros, que de pequeño se enamoró de esos vehículos frankenstein y comenzó a restaurarlos a su estado original. Resulta imponente y muy recomendable su visita.
Pero, sobre todo, lo que más impresiona de Normandía son sus playas, nada que ver con las nuestras, pues se trata de largas extensiones de arena sometidas al permanente vals de las mareas del Canal de la Mancha, de manera que a ciertas horas hay una enorme extensión en la que el mar se percibe solo como una débil raya de espuma, y en la que los normandos practican toda clase de deportes, y en otras, solo una pequeña franja arenosa junto al terraplén, azotada por la bravura de las olas.
Y, pese a su belleza natural, lo que más sobrecoge al visitante informado es pisar el mismo suelo que los ciento sesenta mil soldados que allí desembarcaron el 6 de junio de 1944. Se trataba, en su mayor parte, de jóvenes que desconocían por completo aquello a lo que iban a enfrentarse, pues la información en tiempo de guerra se somete a una lógica censura para dosificar el miedo de los combatientes. Solo el alto mando sabía perfectamente con qué fuerzas iban a encontrarse y qué posibilidades reales de supervivencia tenían.
Como siempre, la virulencia de los combates fue por barrios. Mientras que, en las zonas bautizadas como Sword y Juno, británicos y canadienses apenas encontraron resistencia germana, el cine y el Canal Historia nos han retratado centenares de veces la crudeza del desembarco en la denominada como Omaha Beach, sobre cuyos acantilados se encuentra el cementerio americano, visita obligada que encoge el corazón al más insensible.
Uno de aquellos filmes, de 1962, se tituló El día más largo, como la homónima novela de Cornelius Ryan en la que se basaba. 18 años después de la mayor operación bélica de la historia -al menos, hasta entonces- un puñado de estrellas de Hollywood se aprestaban a tratar de contar aquella gesta. Mucho más conocida es la sobresaliente Salvar al soldado Ryan, que con el estilo inconfundible de Spielberg, nos muestra en toda su crudeza el desembarco en Omaha Beach. La escena, que dura, 27 minutos, quizás sea la mejor de la historia del cine bélico.
Alguien dijo que 2020 sería el año de la guerra de nuestros hijos. Probablemente sea cierto, aunque, por desgracia, en el mundo todavía muchos jóvenes viven otras más convencionales.
Pero para los españoles de hoy este será, sin duda, nuestro año más largo, aquel que, aunque envejezcamos -o precisamente por ello-, todos queremos que termine cuanto antes.
Nos estamos enfrentando, en medio de incertezas, errores y medias verdades del mando, a un enemigo numeroso y letal. Y, como en Normandía, las bajas se reparten desigualmente.
Ganar una guerra es siempre una cuestión de medios, por supuesto, pero también de actitud. Los malos pueden ganar batallas, pero la guerra las ganamos los buenos, porque la disposición de quien combate es un elemento esencial para la victoria.
Despistes y pequeños errores, en otras circunstancias nimios, costaron muchas vidas aquel día D, como las están costando ahora.
Apretemos, pues, los dientes, saquemos toda nuestra rabia y conciencia y estemos atentos. La cabeza de playa está cerca, quizás a solo cuatro meses de dejar atrás nuestro año más largo.