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Pensar en libertad

miércoles 08 de julio de 2020, 05:00h

Aun a riesgo de ser foco de iras generalizadas, hay que reconocer que oír a Vicente Vallés dándole zascas en el telediario al machito podemita de la coleta que se cree que puede insultar a nuestra inteligencia con sus mentiras, o ver a Santiago Abascal en Sestao haciendo frente a dictadorcillos ignorantes diciéndoles que una sociedad que no defiende la libertad está enferma, o presenciar la transformación de “la princesa del pueblo” (Belén Esteban) en reina ecuánime recordando, en prime time, al dictador gay lo que pensamos la mayoría de los españoles (que este gobierno ha abandonado a nuestros ancianos, a los sanitarios y es el responsable incapaz de una gestión nefasta a nivel mundial), es un gustazo sin paragón dados estos tiempos en los que la presión sobre la libertad de expresión y de pensamiento es casi inaguantable. Son escenas que se escapan a la censura imperante y que nos reconfortan íntimamente a una mayoría silenciosa, al saber que no eres el único que tiene arcadas de ver cómo el aparato del Estado transforma en “icono” al mediocre funcionario Simón. En fin, el caso es que, en vista del gusto que da oir puntos de vista que se salen del pensamiento único imperante, hoy me dedicaré a hablar del pensar por libre y su importancia.

Hace miles de años, cuando el poder lo detentaban unos pocos y el resto vivía en la esclavitud, había algo imposible de someter: el pensamiento. Eran tiempos en los que no se nacía con un smartphone en la mano adoctrinando desde la infancia y la gente, que básicamente se dedicaba a sobrevivir, tenía muy claras las cosas, las que de verdad le importaban. Hoy, desgraciadamente, se ha inventado una nueva esclavitud que se basa en el sometimiento del pensamiento para que los mismos pocos de siempre sigan viviendo a nuestra costa.

Veamos un ejemplo: ¿se puede saber a qué viene esa manía persecutoria contra la democracia y la transición del 78? Se atreven incluso (con toda la mala intención del mundo) los del pensamiento único a calificarla de “régimen”, en un intento equipararla a la dictadura de Franco. Vayamos a las evidencias: los 70, 80 y 90 ha sido el periodo democrático de mayores libertades y prosperidad de la historia de España. Había verdadera libertad de expresión, canciones y películas sin trabas “estúpidizadas” por los nuevos “ismos” ( femin-ismo, ecolog-ismo, rac-ismo, homofoloquesea-ismo…); se logró un ejército despolitizado; se logró la libertad para divorciarse; matrimonio gay; mayoría de edad a los 18; libertad para las ricas lenguas de España (catalán, gallego, vasco); se crearon los gobiernos autonómicos…había más libertad de la que nunca podrán disfrutar nuestros hijos y son precisamente esos dictadorcillos, esclavos del pensamiento único, los que queman la bandera constitucional del 78 berreando contra la libertad intentándonos convencer de que todo lo heredado va mal. Anda ya!

Lo peor es que vivimos en una sociedad tan idiota y débil mental que ahora, a base de miedo e ignorancia, todos, tanto las corrientes neomarxistas, como las corrientes conservadoras y neoliberales, quieren cargarse la democracia liberal. Los de izquierdas, porque consideran que la democracia liberal es un sistema de opresión estructural ( aquí sólo oprimen ellos, claro) y los de derechas porque la democracia para ellos se ha convertido en una dictadura plebiscitaria en la que se debería pedir un mínimo para obtener el derecho al voto con un grado suficiente de información, de educación, o de conciencia política. ¿Ah si? y entonces ¿quién se encargará de certificar que podemos votar? ¿los mismos a los que queremos retirar nuestra confianza? Va a ser que no.

Ya lo decían Sócrates y Platón. “Distinguir la realidad de las cosas de sus apariencias es la labor de los hombres sensatos” y, en los tiempos que corren, yo añadiría que casi es de hombres extraordinarios. La democracia y la libertad han sido un periodo de progreso extraordinario en España, otra cosa es que los de arriba quieran politizarlo todo imponiendo visiones que lo saquen todo de quicio. Somos la mayoría silente, libre de “ismos” y ahora toca luchar por mantener lo creado.

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