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Non possumus

Por Francisco Gilet
miércoles 20 de mayo de 2020, 03:00h

Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? Esta fue una frase pronunciada por Cicerón, famosa por ser la primera oración de la Primera Catilinaria, expresando al Senado su preocupación por la conjura de Catilina con el objetivo de alcanzar el poder absoluto. Hoy, una cantidad, cada día mayor, de españoles está gritando con Cicerón hasta cuándo tendremos que soportar no a Catilina, sino a Pedro y su socio preferente, Pablo. El dúo que anda dispuesto a “alcanzar el cielo” a golpe de Orden ministerial, sin control ni recato alguno. Son más de 200 las disposiciones legales que han sido alumbradas en las páginas del BOE, provocando no solamente un caos legislativo, sino una mutación constante, casi horaria, de protocolos y direcciones de conducta. Hace unos meses ese hombre que odia el peine, Simón, nos decía que las mascarillas eran inútiles, hoy, son absolutamente necesarias. Una doctora comentaba esta mañana que su desayuno era páginas de instrucciones, su almuerzo nuevas páginas de directrices y su cena la inutilidad de todo lo leído durante el día.

Decíamos días pasados que detrás de todo lo actuado y planificado por el Gobierno social comunista se encuentra el miedo. Miedo y política barriobajera, son las armas que utiliza Sánchez para tener acoquinada a la sociedad. Palabras muchas, explicaciones veraces, pocas o, mejor, ninguna. A la presidente Ayuso, ni flowers, no sea cosa que se note que en Madrid sí se gobierna. La ansiada búsqueda del control total, absoluto, se nutre tanto de la opacidad, del silencio, como de la soberbia. La manipulación del CIS es de libro. De libro escrito por un “negro” que no siente vergüenza de escribir lo que le dicte Moncloa, aunque ello provoque el sonrojo ajeno en la ciudadanía. Incluso atreviéndose a preguntar al ciudadano si le parece mal que haya manifestaciones contra el ejecutivo. En algún instante debe creerse el director Tezanos que nos españoles somos “gilipollas” o “hemofílicos”, como insultó Monedero, ese “fondo” intelectual tan profundo que es incapaz de sacar una idea que no sea una ofensa.

De alguna parte debe haber salido la conocida como ley de la parsimonia, según la cual, en igualdad de condiciones, la explicación más simple es la correcta. Pues bien, en el escenario actual, el obrar del gobierno, nos conduce a que la explicación de tal diarrea legislativa, tal teatro mediático, tal catarata de improperios, tal feria constante de mercadeo no tiene más objetivo que instaurarse en el poder como buen comandante social comunista. El “jarabe democrático” no es tal cuando es el comunista su destinatario, como tampoco es democrático sacar banderas españolas ni alardear de españolidad. En tales circunstancias, el comunista se considera imbuido de todo derecho, incluido solicitar al juez que amordace la prensa que, dice, le acosa indebidamente. El comunista puede criticar, insultar, menospreciar, ultrajar a la “casta”, sin embargo, cuando la “gente” reclama derechos, en tal caso, nace la antidemocracia y el antipatriotismo. Se está presenciando como el comunismo lleva camino de ser colocado en el altar de la vida del hombre, desalojando de tal ara valores, creencias, principios y tradiciones.

Y como un objetivo más se halla la familia. “La crisis del coronavirus nos muestra que ahora es el momento de abolir la familia”. Así se titula el artículo de Sophie Lewis, publicado en la web Open Democracy, una plataforma financiada por George Soros y por la familia Rockefeller, entre otros, adorados ambos por Sánchez.

Ante todo, ello, solamente cabe una respuesta; gritar exigiendo libertad. Los social comunistas temen a tal palabra, como les repugna que se defienda nuestro pasado, nuestra historia, sabedores de que ninguna civilización ha pervivido si la olvida. Por eso tiemblan cuando los ciudadanos salen a la calle congregados por ese grito o por el izado de nuestra bandera y se reclama la presencia de cinco coches patrulla ante su chalé para la defensa de su novo estatus.

No podemos seguir sumisos en esta senda de control, de ocupación de espacios vitales, de cercenamiento de derechos y libertades. El premio Nobel de Economía Angus Deaton, ha demostrado que el enriquecimiento de la sociedad se traslada a mejoras sociales que redundan en unas mejores condiciones sanitarias. La salud no puede servir de excusa para arrinconarnos y despreciar unos principios y valores que forman parte de nuestro patrimonio como pueblo, como nación. Ese patrimonio se llama España y sus símbolos son inmarcesibles. Mientras que esta sea nuestra impronta cotidiana, el mal, el comunismo se devorará a si mismo, como la historia nos demuestra. Lo que no podemos consentir es que la “nueva normalidad” sea un remedo de la fenecida y antigua “normalidad” bolchevique. Sigamos gritando en Galapagar, en Carabanchel, en Alcobendas, en Salamanca, en Valladolid, en Valencia, en Palma, en Córdoba, en Zaragoza, con diferente intensidad, pero con la misma valentía, despreciando el miedo. Manteniéndonos encima de nuestro “normal” altar veremos como se auto destruyen los que desean derribarlo. Autodestrucción que ya hace tiempo que comenzó y prosigue, incluso modificando acuerdos del Consejo de Ministros tres horas después de su celebración. Eso es política barriobajera, no salud pública. El comunismo no tiene límites y, entretanto, Arrimadas no se da cuenta que es arrastrada hacia la insignificancia política.

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