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Geopolítica de la pandemia

martes 07 de abril de 2020, 05:00h

La presente pandemia de COVID-19 está teniendo unas consecuencias, sanitarias, sociales y económicas muy graves, complejas y preocupantes, pero también las tiene en el ámbito político, ya sea local, estatal o internacional y en el ámbito global se está configurando un mapa geopolítico mundial que confirma las tendencias que ya venían observándose desde hace unos años.

La primera consecuencia más evidente es la consolidación de China como gran potencia emergente global, con capacidad y voluntad de ejercer el liderazgo en el mundo. Es probable que nunca sepamos los números reales de afectados y muertos en China y que sean más elevados que los reconocidos oficialmente por Pekín, pero es indudable que ha demostrado tener los recursos suficientes para atajar y controlar la diseminación de la infección con gran rapidez y eficacia.

Es cierto que siendo un país con un sistema autoritario es más fácil ordenar el confinamiento absoluto de toda una ciudad, o una región, aunque también lo facilita la cultura ancestral china de obediencia, trabajo y sacrificio, pero no es menos cierto que China ha demostrado un potencial económico, industrial y científico difícilmente igualable.

Han podido movilizar sus recursos científicos e industriales para desarrollar y producir masivamente reactivos y sistemas para hacer análisis masivos de la población. También han sido capaces de fabricar productos y equipos de protección personal, mascarillas, guantes, etc., para ellos y para el resto del mundo. La demostración de capacidad económica, de investigación, de fabricación y de logística y distribución solo puede compararse con el esfuerzo monumental de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial.

Y ahora, cuando ya tienen controlada la epidemia en casa, están ayudando al resto de países, produciendo masivamente equipamiento de protección, y reactivos para análisis e incluso enviando personal médico experto a ayudar a otros, por ejemplo Italia, a combatir la epidemia.

En el caso de Estados Unidos, en cambio, se ha confirmado su renuncia al liderazgo mundial, a ser la locomotora que conduzca el avance colectivo global. La política de reclusión sobre sí mismo, de aislamiento creciente, propiciada por el presidente Trump, compromete seriamente su papel de primera potencia mundial, que aun es nominalmente, pero no en el respeto y consideración del resto del mundo.

Además, esta epidemia está dejando en evidencia las terribles carencias de su débil sistema de protección social y, en especial, del sistema sanitario, en el que solo los más pobres y los jubilados tienen una cierta cobertura pública, los conocidos programas Medicare y Medicaid. El resto de la población debe disponer de seguros privados que son muy caros y el resultado es que un elevado porcentaje de la población, hasta un 40 % en algunos estudios, dispone de una cobertura precaria o, simplemente, no tiene ninguna.

Por esta razón y por la política errática y contradictoria de Trump, la diseminación de la infección está siendo muy rápida y puede llegar a tener efectos devastadores, con cálculos admitidos por el propio presidente de entre cien mil y doscientos mil muertos y millones de afectados.

Y para confirmar su tendencia al aislamiento, su enorme capacidad científica e industrial, que la tiene, sin duda, se ha puesto al servicio casi en exclusiva de sí mismo, quedándose casi toda la producción de equipos y reactivos para análisis y no poniéndolos a disposición de todo el mundo.

Rusia se está comportando como viene siendo habitual bajo el liderazgo de Putin. Mantiene una opacidad informativa sobre su realidad interna, comunicando unas cifras sorprendente y sospechosamente bajas de infectados y fallecidos y juega a gran potencia, ofreciendo ayuda incluso a otros países afectados, enviando equipos de protección, como mascarillas, cuando no las produce, sino que las importa de China, lo que resulta un contrasentido.

Rusia es una gran potencia militar pero no industrial. Su economía se basa en la explotación de sus inmensos recursos energéticos, sobre todo petróleo y gas natural, pero su infraestructura productiva es muy deficiente, su burocracia administrativa es ineficiente, y su sistema científico y de investigación padece de financiación inadecuada, burocratismo paralizante y falta de conexión con una industria escasa y poco flexible.

A pesar de todo, apoyado en su popularidad, en la capacidad del pueblo ruso para resistir en condiciones adversas y en su orgullo nacional, Putin sigue actuando en política internacional como gran potencia más de modo propagandístico que real, ya que no puede igualar el poderío de China, ni tampoco el de Estados Unidos.

Y quien sale peor parada de esta crisis es la Unión Europea. El triste papel de las instituciones europeas desde que empezó la pandemia puede acabar siendo una sentencia de muerte para la UE. La falta total y absoluta de coordinación y cooperación al principio, con cada país tomando decisiones unilaterales pensando exclusivamente en sí mismo, con falta de solidaridad, cerrando fronteras, un auténtico desafuero contrario a la mismísima esencia de la unión, prohibiendo la venta de productos sanitarios a los socios, compitiendo deslealmente por los suministros de terceros países, especialmente de China y, en definitiva, comportándose como competidores, casi enemigos, en lugar de aliados, ya fue un primer golpe directo al corazón de la UE.

Pero después las cosas aun han empeorado. La Comisión Europea, con su flamante nueva presidenta, la alemana von der Leien, elegante políglota que habla bien en muchas lenguas, pero que no convence en ninguna, ha sido incapaz de articular una propuesta para enderezar la política insolidaria iniciada por los estados, aunque también es verdad que éstos no se lo han permitido, ya que retienen toda la capacidad de decisión en el Consejo Europeo, en el que han de alcanzar el consenso para cualquier decisión, lo que retrasa, eterniza, cualquier acuerdo.

Y la demostración final de desunión se ha producido cuando se ha llegado al tema de las soluciones financieras para hacer frente a las repercusiones de la paralización de la actividad económica provocada por el confinamiento necesario para controlar la expansión del virus y la saturación de los servicios sanitarios. Aquí ha resurgido la misma desconfianza e insolidaridad y los mismos prejuicios de los países norcentroeuropeos, liderados por Alemania y Holanda, hacia los países del sur y se ha vuelto a negar la emisión de eurobonos para suministrar liquidez a los países más golpeados por la epidemia, sobre todo Italia y España, es decir, consorciar solidariamente la deuda.

Lo máximo que se ha ofrecido, y aun ha de ser aprobado por el Consejo, son créditos a bajo interés que significarían un lastre durante años para los países afectados. Y la señora von der Leien ha tenido el cuajo de salir con su posado impecable y declarar que eso era “solidaridad europea en acción”. Si eso es solidaridad europea, con esos amigos no necesitamos enemigos. China y Rusia han ayudado a Italia mucho más que cualquiera de los socios de la UE.

La UE saldrá de esta crisis muy tocada, quizás herida de muerte y, en cualquier caso, habrá demostrado una vez más su imparable deslizamiento hacia la irrelevancia internacional.

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