Un servidor, la verdad, alucina pepinillos o lo que se tercie. Resulta ser que durante un paseo por las llamadas redes sociales mi esqueleto va y sufre una especie de calambre generalizado al observar el colosal grado de analfabetización del personal más o menos humano. Cierto que muchos conocidos me lo habían pronosticado pero por aquello del “¡venga, hombre, seguro que no es pa'tanto!” no daba demasiado crédito a sus afirmaciones y advertencias.
Pues, sí, señores: había para tanto y más si cabe. En tan solo unos minutos de recorrido por varios de los foros existentes la cifra de faltas de ortografía reflejaba un despelote emocional de ahí te quiero ver, morena. Alcancé a dudar de mi mismo llegando a pensar que mi retina se había vuelto majareta y me mandaba impulsos falseados a mi sistema nervioso. No. Aquello que yo estaba leyendo (intentando leer) era tan real como el “corona-virus” o la pasta del monarca libertino y dicharachero circulando entre Suiza, Arabia Saudita y, claro, la señora Corina; presuntamente, faltaría más y con el respeto debido. El pitote que se extendía ante mis incrédulas gafas era tal que mis vísceras se pusieron en modo peristáltico y rugieron con vehemencia y desconsuelo.
Pero la pregunta que mi mente urgió con premura fue: ¿era solamente ortografía lo que se estaba destrozando, aniquilando, despedazando a marchas forzadas en cientos de breves -y no tan breves sino cortos- mensajes de texto (¿texto?) que estaba revisando por pura curiosidad y sin ningún tipo de regulación ni control? No; y mil veces no.
La masacre planetaria y universal pertrechada a base de letras, palabras, frases y oraciones no abarcaba únicamente el reino de la simple y normatizada ortografía si no que la debacle, la hecatombe se extendía -sin ningún tipo de vergüenza o bochorno ni ajeno ni propio- a todo aquello relacionado con el lenguaje en general y la gramática (con sus derivaciones sintácticas o morfológicas) en particular. La carnicería literaria es de tal calibre que su envergadura no cabe en ninguna mente humana que se precie.
Por si todo esto fuera poco, hay que añadirle al tema el hecho fulminante de que la destrucción masiva de todas las formas de comunicación humana atraviesa, además, aquello referido a la mínima comprensión sobre lo tratado. En múltiples ocasiones (multiplísimas, si se pudiera) lo escrito en cualquiera de los mensajes ofrece una imposibilidad total y absoluta por parte del entendimiento global del pobre lector. Claro que -situado el potencial lector en el mismo nivel que el escribiente- el problema deja de existir debido a que el lector no percibe el horror en toda su sangre, en toda su crudeza intelectual.
Visto lo visto y atendiendo al hecho de que el contenido de las conversaciones y mensajes escritos en las redes se parece, en gran manera, a los diálogos establecidos sobre las cuatro de la madrugada entre personas perfumadas con dosis considerables de compuestos etílicos, llego a la fatídica conclusión de que aquello tan llamativo del “fin del mundo” ya se está produciendo entre nosotros en forma de caos comunicativo, desvergüenza, mentiras descontroladas, insultos y gritos de amargura social.
Unas gotas de optimismo: lo que está sucediendo ya no tiene ni remedio ni, mucho menos, vuelta atrás. El analfabetismo crece y esto no hay quién lo pare. Regreso a lo primitivo, a lo primario... al mundo de lo primario y elemental... a la oscuridad.
¡ay que joderse: no keda hotra!