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Acabar con la barbarie

viernes 07 de febrero de 2020, 10:13h

Ayer, como cada 6 de febrero desde 2003, se conmemoraba en todo el mundo el día contra la Mutilación Genital Femenina (MGF), salvaje práctica medieval que perdura en muchos países del África central, desde el Atlántico al Mar Rojo, y también en otras naciones musulmanas como Irak, Yemen o Indonesia.

Los porcentajes de mujeres mutiladas resultan escalofriantes, con la práctica totalidad de las féminas en países como Guinea Conakry o Somalia, o de cerca de un 90 por ciento en otros como Egipto, Sudán, Djibuti o Mali, y en proporciones asimismo escandalosas en otros ocho estados, incluyendo la mitad de las mujeres de Indonesia, el país con más creyentes musulmanes del planeta, con 255 millones de habitantes, lo que supone que cerca de más de sesenta millones de indonesias ha sido víctima de esta inaceptable barbarie.

Lo terrible es que la inmigración a Europa ha traído consigo no solo a cientos de miles de africanas mutiladas, con graves secuelas físicas y psíquicas, sino también la práctica de la MGF en nuestro propio territorio.

Las leyes europeas persiguen, naturalmente, la ablación del clítoris y cualquier mutilación practicada sobre la mujer como rito de supuesta purificación, pero la realidad es que el número de sentencias condenatorias es todavía testimonial. En España, solo constan dos condenas.

El feminismo occidental, decididamente, se halla centrado en otros escenarios, y su pesada mochila ideológica lo mantiene distraído en disputas absurdas como la imposición del mal llamado 'lenguaje inclusivo' o la lucha contra el 'amor romántico', lo que lo aleja de la cruda y triste realidad de la mujer africana, lo mismo que sucede con la situación de las féminas en países como Irán, Arabia Saudí, Afganistán, etc, donde son literalmente tratadas como objetos al servicio de los varones, quienes disponen de sus derechos y les dicen cómo han de vestir o si pueden o no conducir vehículos.

El orden de prioridades obliga a los países civilizados a poner por delante las medidas políticas para combatir la mutilación genital, lo que debería acarrear el aislamiento de los países que no luchen activamente contra esta práctica y obligar a sus gobiernos a adoptar medidas de sensibilización de la población afectada, para que entiendan lo abyecto e inhumano que resulta este crimen.

Es en África y en Oriente donde la mujer y, con ella, la humanidad entera, se juega su ser o no ser.

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