Casi cuatro años después del referéndum de 2016, la salida del Reino Unido de la Unión Europea se formalizará a las doce de la noche de este viernes. De esta forma culmina la primera parte de un proceso que, en este tiempo, ha supuesto el sacrificio de dos primeros ministros británicos, además de provocar una notable agitación social y no poca incertidumbre económica. Culminada esta semana del Brexit, el sábado se abre un periodo de once meses para definir la futura relación del Reino Unido con la Unión Europea.
Esta nueva fase del Brexit conllevará una compleja negociación hasta la ruptura definitiva que tendrá lugar el 1 de enero de 2010. Pero, con la formalización esta semana de la salida -con el simbólico abandono de los eurodiputados británicos en la cámara europea- el proceso que se inició con el referéndum del 23 de junio de 2016, y cuyo resultado se produjo contra todo pronóstico, deviene en irreversible. Boris Johnson, que consigue así lo que no logró su antecesora Theresa May, conducirá unas negociaciones que deberán determinar sobre todo la relación comercial y el estatus de los ciudadanos de ambas partes.
La certeza de la salida reduce parte de la incertidumbre, pero aún queda mucho camino por recorrer hasta el 1 de enero próximo. De hecho, este escenario de negociación provoca muchas dudas en países como España, donde residen 200.000 británicos -número similar al de españoles en Reino Unido- y adonde acuden al año 18 millones de turistas procedentes del Reino Unido, el mayor número de los casi 84 millones de viajeros extranjeros con que España ha cerrado 2019.
Por sí misma, y más allá del cambio en las regulaciones comerciales, su salida de la Unión no debería significar para los británicos un cambio radical en la toma de decisiones a la hora de elegir su lugar de vacaciones. De hecho, en medio de la incertidumbre sufrida el último año, las cifras de visitantes británicos a España no se han visto arrastradas por el debate y el turismo inglés, en líneas generales, se ha mantenido fiel a destinos históricos como Canarias. El riesgo mayor reside en la evolución de la libra esterlina, cuya devaluación -según avancen las negociaciones y las decisiones políticas- significaría un duro golpe a la competitividad de la oferta turística española y, especialmente, la canaria, haciéndola más cara para el bolsillo inglés. El partido que ahora empieza se juega fuera, pero en casa convendrá establecer planes de contingencia y reclamar el apoyo de la administración ante el horizonte que se pueda avecinar.