En 1947 y 1966, Franco sometió a la 'decisión' de los españoles dos de las cuestiones clave para el asentamiento y la configuración del régimen. El referéndum de 1947, relativo a la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, pretendía consagrar al ferrolano como rey sin corona absoluto de una monarquía en suspenso. Con el segundo, Franco buscaba revestir de un tinte pseudodemocrático su dictadura con la Ley Orgánica del Estado, la norma que, a la postre, sirvió de base jurídica para que Adolfo Suárez lograra la liquidación del franquismo en 1976 mediante la Ley para la reforma política de la que renació el sistema democrático en España.
Los resultados de ambas consultas son esclarecedores: El 93% de los electores en 1947 y el 95,6% en 1966 apoyaron las propuestas del mandamás por antonomasia, con una altísima participación.
Obviamente, las suspicacias que levantaba el régimen y las acusaciones -fundadas o no- de pucherazo, planearon sobre aquellos referéndums.
En 2017, el gobierno independentista catalán, rejoneando a Mariano Rajoy, consiguió convocar una polémica -e ilegal- consulta que buscaba el apoyo ciudadano para convertir el principado en una República independiente, posición que fue refrendada por el 90,18% de los electores, con una supuesta participación del 43%, aunque uno y otro dato han sido siempre cuestionados por el sistema censal empleado por los soberanistas, que permitió en muchos casos votar en más de una ocasión a cada elector. En ese caso, el pucherazo fue algo más que una mera sospecha.
2019 nos ha traído nuevos referendos, los convocados por el PSOE, Unidas Podemos, ERC y hasta por un partido inexistente, Izquierda Unida, para someter a afiliados y, en algunos casos, también a simpatizantes previamente inscritos, la posibilidad de conformar un gobierno socialcomunista.
Como les sucedió a Franco y a Puigdemont, los electores han apoyado masivamente las decisiones previamente tomadas por el jefe. Los militantes socialistas -pese al supuesto debate interno- respaldaron a Sánchez con el 92% de los sufragios, UP superó incluso a Franco con un 97% -aunque la participación real sobre el conjunto de los inscritos fue solo del 25,6%-, ERC rozó el pleno con un 94,6% y una participación del 70%, e Izquierda Unida apoyó el pacto con el 88%. Nadie dudó jamás que esto iba a ocurrir así.
Los referéndums son a la democracia lo que el barniz a los muebles, pura decoración, salvo casos muy contados -pactos constitucionales entre diversas fuerzas, por ejemplo. Quitado del caso suizo, en el que los ciudadanos helvéticos deciden rutinariamente múltiples cuestiones con diversas opciones, en una curiosa forma de democracia asamblearia, en general las consultas sirven solo para ratificar posiciones previas -y, casi siempre, maniqueas- de los dirigentes, mediante preguntas infantiles y capciosas que admiten una única respuesta, pues la alternativa suele ser el caos o toda clase de desventuras políticas.
Sánchez, además de un mentiroso compulsivo, es un hábil manipulador de la militancia socialista y de todo aquel que pretenda entenderlo. Si hace solo un mes hubiera sometido a sus afiliados una consulta en sentido totalmente opuesto -no pactar con el populismo podemita ni con el independentismo, tesis que constituyó su 'moderado' mantra electoral- hubiera, sin duda, logrado un resultado similar o, quien sabe, quizás incluso superior. Ha demostrado, pues, el verdadero valor de los referéndums, que no es otro que el de asearle la conciencia a cualquier líder autoritario.