De Monet a Poldo
miércoles 27 de noviembre de 2019, 06:00h
Un día de la semana pasada, un viernes cualquiera, realicé una incursión al mundo de la cultura de primer orden; doble ración de arte en una sola jornada: por la mañana, pintura, Claude Monet; por la tarde, fotografía, Leopoldo Pomés. Dos genios, cada uno en su propia genialidad.
Qué decir sobre el padre del movimiento impresionista francés de finales del siglo XIX... Escribo “padre” ya que el abuelo vendría a ser Édouard Manet que fue quien, sin lugar a dudas, dio las primeras pinceladas -nunca mejor dicho- a lo que más tarde serían los cimientos que cultivaron sus nietos tales como el propio Monet junto con los grandes Renoir, Degas, Toulouse Lautrec, Pissarro, Sisley, etc.
El impresionismo rompió -de manera radical y quirúrgica- con siglos de representaciones pictóricas clásicas, cargadas de realismo y con visiones, más o menos exactas, del entorno que les rodeaba; eso sí, con dosis más o menos consistentes de naturalismo y objetivismo subjetivo (valga la tremenda redundancia).
En el caso concreto de Monet, el pintor francés abrió en canal el cromatismo escénico mostrado en todas las épocas anteriores a su nacimiento como artista y se dedicó a distribuir los colores de la naturaleza -paisajística o figurativa (natural, física o arquitectónica)- diseccionando la temperatura de color y distribuyéndola de manera manchada, a pinceladas, a brochazos -si se me permite- a churretes, casi a salpicaduras con lo que el resultado se desarrolla en unas obras de arte para disfrutarlas por el admirador a una cierta distancia. El efecto conseguido es fascinante, único, “impresionante” para ser precisos hasta el más afilado de los adjetivos que bautizaron el movimiento pictórico universal.
La curiosa exposición (más que una exposición es un auténtico show visual, con realidad virtual inclusive) se desarrolla en Barcelona, en el centro de arte Ideal en la calle Doctor Trueta del barrio de Poble Nou, en plena zona tecnológica Arroba 22. Si les pilla bien, no duden en visitarla.
Por la tarde, homenaje a uno de los grandes fotógrafos de nuestras tierras catalanas, hispánicas y universales, Leopoldo Pomés, persona a quien tuve el enorme honor de conocer personalmente, a fondo, y que me brindo uno de los mejores recuerdos de mi vida íntima y profesional en forma de amistad positiva y tierna.
Pomés (Poldo para sus amigos) finó hace muy pocas semanas. La casualidad hizo que él, inmenso creador fotográfico y fílmico, fuera retratado por última vez por mi humilde persona con una estúpida cámara de teléfono móvil; ironías del destino...
El acto de ayer fue un homenaje que la Filmoteca de Catalunya, también en Barcelona, en el polémico barrio del Raval le ofreció generosamente. Durante el transcurso de la ceremonia -austera pero emotiva- se dio buena cuenta de la extraordinaria sensibilidad (hipersensibilidad, sí) del personaje. Su ojo, su cámara (que viene a ser lo mismo) profundizaba en las entrañas de aquello que observaba, ya fueran escenas populares de calle o retratos de estudio. Poldo jugaba con la luz y el objeto-persona retratado tal y como le salía del alma, una alma nítida, contrastada, profunda, sentimentalmente realista, transparente, diáfano y límpido.
Su nivel creativo se desbordó con unas magníficas demostraciones artísticas que tuvieron gran repercusión en audiencias masivas y universales su capacidad organizativa y su sensibilidad a flor de pielle llevó a concebir e imaginar monumentales eventos de trascendencia mundial: el acto de inauguración del Mundial de fútbol del 1982 así como la película que convenció al plenario del Comite Olímpico Internacional para la consecución de los Juegos Olímpicos del 92 en Barcelona. ¡Ahí es nada!
Descansa en paz, Poldo.