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A estas alturas, lo de menos es quien tiene la razón

Por Joana Maria Borrás
domingo 20 de octubre de 2019, 06:00h

Hay veces en las que la vida, o nosotros mismos, nos colocamos en un punto de no retorno por haber tirado demasiado de un elástico que no era apto para tanta distancia y fuerza (los de ciencias lo dirían de otro modo pero los de letras lo entenderán perfectamente).

La última vez que este País tiro demasiado de ese paupérrimo elástico que separa las conciencias más dispares, más de 114.000 personas según fuentes de Jueces para la Democracia, desaparecieron de forma forzada en esa Guerra Civil tan absurda como posible hoy.

A estas alturas, lo de menos es quien tiene la razón. Rajoy tendría que haber autorizado cuando los ánimos estaban más calmados, un Referéndum en toda regla y no lo hizo; los políticos catalanes (algunos borrachos de poder y ansiosos de gloria eterna, y otros completamente ingenuos e incapaces de decir que no), no deberían haber entrado nunca en prisión ni continuar en ella; entre todos no debiéramos haber permitido jamás que la extrema derecha volviera a ocupar ni un solo escaño en nuestro País; en general debiéramos haber evitado los extremos que ahora llenan las calles de Barcelona de cascotes y restos de la irá desatada de los unos y los otros.

Ultimamente estoy comenzado a plantearme que los más culpables a fin de cuentas, quizás seamos los que no salimos a la calle para exigir un poco de sentido común aunque, a estas alturas y por desgracia, el sentido común también ya es lo de menos. Quisiera estar equivocada y no tener el miedo que tengo a ver imágenes mucho peores a las que ya hemos visto estos últimos días.

Las elecciones de noviembre (que yo creía no servirían absolutamente para nada más que para hacernos perder parte de nuestro domingo), de repente se han convertido en la única baza para apelar a ese sentido común. Independentistas y no independentistas tienen que ir a votar en masa en Catalunya y tienen que aceptar ese resultado electoral como si fuese el Referéndum que tanto ansían unos y detestan otros, y ello aunque las opciones electorales sean distintas a las de unas elecciones Autonómicas, porque no hay otra opción democrática a su alcance en este momento.

Me ha dolido esta semana ver algunas imágenes de Barcelona porque las ciudades no son patrimonio exclusivo de quien reside en ellas sino también de quienes, por un motivo u otro, nos gusta viajar allí. Me ha dolido pensar, mientras veía las cargas policiales y el fuego en las calles, que detrás de alguna de esas ventanas y puertas cerradas habría niños atemorizados y llorando, y algunos padres intentando entretenerles con las películas de Netflix para que no grabaran en su memoria escenas que nunca debieran haber visto. Se que soy una melodramática y una exagerada y que estas cosas (niños asustados y llorando, sean sus padres del bando que sean) no tiene ninguna importancia e incluso puede que no haya ni tan siquiera sucedido en ningún hogar. Seguro que ningún niño ha esperado a su padre o a su madre con la preocupación de verle regresar entero a casa. Se que lo importante es la Independencia o la no Independencia y, a estas alturas, todo lo demás probablamente son memeces de esta articulista dominical que estudio en un colegio de monjas y que no se ha dado cuenta que la vida sino escuece, no es vida.

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