Una de las cualidades que caracterizan a una mayoría de políticos españoles es que hacen gala, con tenacidad digna de mejores empeños, de una falta casi total de capacidad de asumir responsabilidades, sobre todo ante reveses, fracasos o fiascos, aunque a veces también ante situaciones favorables, como acaba de demostrar Pedro Sánchez, incapaz de asumir el mandato de formar gobierno cuando tenía una situación favorable, con problemas de solución relativamente sencilla, siempre y cuando hubiera tenido la voluntad real de cumplir con su obligación de respetar el resultado de las elecciones.
Su incapacidad de asumir su responsabilidad nos ha abocado a meses de inestabilidad y parálisis, con un gobierno en funciones y un presupuesto prorrogado y a unas nuevas elecciones, que costarán un par de cientos de millones de euros y prolongarán la inestabilidad y la parálisis de gobierno como mínimo, en el mejor de los casos, otros pocos meses, hasta la formación de un nuevo gobierno. Y si, como es más que probable, los resultados de los diferentes bloques de partidos son muy similares a los de abril, la situación de bloqueo se puede convertir en indefinida, lo que sería chusco si no fuera porque sería dramático. En cualquier caso una auténtica astracanada, algo, por otra parte, muy propio de la política y la sociedad españolas.
A no ser, claro está, que esté pensando en una gran coalición con el PP, justificándola en la necesidad de un gobierno fuerte de unidad nacional (nacional española), que haga frente a las supuestas amenazas, reales, inventadas o incluso fabricadas, del independentismo catalán como consecuencia de la sentencia del juicio a los soberanistas catalanes y su más que segura, según afirman todos los observadores y opinadores se supone que bien informados, condena a largos años de prisión.
Pero si esa es su intención, debe manifestarla con claridad durante la campaña electoral y no hacer discursos vacuos reclamando para sí un supuesto progresismo social, que luego los hechos desmienten con contumacia inexorable. Tampoco son capaces los políticos españoles de asumir la responsabilidad de decir la verdad a sus votantes y a los ciudadanos en general durante las contiendas electorales, que se convierten en un auténtico concurso de charlatanes, a ver quién es capaz de hacer la mayor cantidad de promesas, y quién hace las más disparatadas, promesas que, por supuesto, saben que no podrán cumplir y tampoco tienen la más mínima pretensión de intentarlo.
Los máximos responsables políticos españoles tienen, con escasas y honrosas excepciones, una notoria falta de capacidad de asunción de los fracasos de su gestión, de los reveses internos en sus partidos y de las derrotas electorales. Siempre encuentran excusas y derivan las culpas hacia otros, que suelen ser rivales en su propio partido, hacia supuestos tratos injustos de los medios de comunicación, hacia presuntos juegos sucios de los adversarios, hacia la inmadurez del electorado, o hacia todos los dioses del universo, cualquiera es responsable excepto ellos mismos.
Desgraciadamente, asistimos en muchos casos al penoso espectáculo de políticos que tras una mala gestión y unos malos resultados electorales, pretenden sacudirse la responsabilidad, traspasarla a otros e intentar deshacerse de rivales del propio partido, a base de maniobras subterráneas y recurriendo a todo tipo de tretas, entre las que no falta el recurso a algún periodista o medio de comunicación afín.
Y sin embargo, cuando alguien ocupa el máximo puesto de responsabilidad en una organización, es también el máximo responsable de sus resultados, de los buenos y de los malos, y cuando son malos, debe dar explicaciones, hacer autocrítica y, si no dimitir, que también, como mínimo poner su cargo a disposición de una moción de confianza por parte del órgano que corresponda.