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Una nueva enfermedad: la soledad

jueves 05 de septiembre de 2019, 09:45h

Quiero compartir el siguiente escrito del médico argentino Daniel Flichtentrei , sobre una epidemia silenciosa que se extiende como una balsa de aceite en nuestra comunidad. Cada vez hay más personas que viven en la cueva inhóspita de la soledad. La solo-edad de las personas mayores vulnerables, la victima de la violencia de género, de niños que sufren infancias traumáticas, de personas que padecen enfermedades estigmatizantes, de personas excluidas , de padres depositados por sus hijos en residencias y que son desahuciados de cualquier contacto familiar, de madres secuestradas por hij@s , que les privan de relaciones con el resto de su familia con objetivos ligados a herencias y legados etc …… “Somos una especie gregaria por naturaleza. Los vínculos soportan nuestras vidas. Nuestra evolución está ligada de manera determinante a la convivencia con otros. El genoma humano viene equipado con dispositivos especialmente adaptados a la vida en comunidad. La pérdida del contacto con nuestros semejantes genera reacciones físico-emocionales con un alto costo para la salud. Somos mamíferos ultrasociales cuyos cerebros están conectados para responder a las señales de otras personas. La evolución seleccionó la preferencia por los fuertes vínculos humanos a través de genes que recompensan el placer de la compañía y producen sentimientos de malestar al enfrentar el aislamiento. La evolución nos configuró no solo para sentirnos bien con la conexión social, sino para que ello nos aporte una sensación de seguridad ante las amenazas del ambiente. La pérdida del contacto con otros enciende los mecanismos fisiológicos del peligro y la amenaza codificados en nuestros genes.

Las consecuencias no solo son cognitivas y emocionales sino también el producto de una cascada de acontecimientos mediante los cuales la fisiología se perturba de manera muy significativa. Por diversas razones, a menudo no consideradas en la consulta médica, la soledad se ha convertido en un grave problema de salud pública. La necesidad de una conexión social significativa, y el dolor que sentimos sin ella, son características definitorias de nuestra especie. Nuestro bienestar está intrínsecamente vinculado a las vidas de los demás. Pero vivimos una cultura que nos repite con insistencia que vamos a prosperar a través del interés propio, de la competencia y el individualismo extremo.

Que la ruptura social no se trate como un problema médico con la misma transparencia con la que tratamos un hueso roto, es simplemente porque no podemos verla. Sin embargo las neurociencias han demostrado que el dolor social y el dolor físico son procesados por los mismos circuitos neuronales. En humanos como en otros mamíferos sociales, el contacto reduce el dolor físico. Abrazamos a nuestros hijos cuando se lastiman precisamente porque el afecto es un poderoso analgésico. Los opioides alivian tanto el dolor físico como la angustia de la separación.

El dolor físico nos protege de las lesiones físicas, el dolor emocional nos protege del daño social. Despierta el impulso ancestral hacia la conexión con otras personas en redes sociales que amortiguan la intemperie del mundo. Pero para muchas personas eso es casi imposible.

La soledad es la causa raíz, la "causa de las causas", de muchos fenómenos clínicos que registramos a diario en nuestros pacientes. La práctica clínica restringida al tratamiento de las causas próximas nos impide tomar en cuenta la vida de relación de nuestros pacientes y condena al fracaso a muchas de nuestras intervenciones orientadas exclusivamente a lo inmediato y a la corrección de variables fisiológicas sin considerar los motivos de sus desvíos cuantitativos. Todo indica que la soledad que enferma y mata es la "soledad percibida". Es decir aquella que es independiente de la cantidad de personas que nos rodean y que está determinada por la profundidad y calidad del vínculo más que con la cantidad.

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