Hablábamos, la semana pasada, del período estival y sobre todo, de las cosas del calor y, aun por encima, de las comadres que flipan, conjuntamente, conversando en el mercado y en la calle, hinchándose de frases convencionales -como al uso- sobre bochornos y otras memeces.
Pero hay más: durante lo que viene en llamarse el período vacacional (que no vocacional, que de eso ya no nos queda, que dirían en una charcutería que se preciara), es decir, durante las vacaciones, una de las joyas más preciadas que se desprende de dichas jornadas, es la ausencia (sí, la ausencia, la ausencia de los ancestros) de los vecinos.
Porque, los vecinos, señores y señoras, son -en conjunto, eso sí- un auténtico calvario: un coñazo, en lenguaje postmoderno. Se preguntarán ustedes, fieles lectores y personas de una inteligencia sublime, si puede haber alguna cosa, en este mundo, peor, más perverso que la relación con un cuñado... Un cuñado, al menos para quien firma este papel, es lo más dañino que puede soportar el cuerpo humano y -no tan solo eso, que es pura física- si no la mente intelectual, la mente que surge del cerebelo, mucho más profunda y sincera que la que sale del cerebro o seso; al cerebelo, todavía no se le ha concedido la importancia que se le debiera...Algún día se encumbrará al cerebelo como auténtico artífice de la actividad neuronal, o sea psicológica, del ser humano. Algún día cercano, alguien berreará en el discurso de inauguración del monumento al cerebelo ubicado en el municipio de Petra, en el centro de Mallorca, un “viva el cerebelo” que resonará por todos los rincones del planeta e incluso más allá. Y ese grito solemne, ínclito, feroz, será más famoso que el “vivan las “caenas” de nuestro gran intelectual e insigne patricio Millán Astray, personaje que, todavía hoy, sigue registrando un alto índice de adictos... tapados y recónditos, esos sí... pero concretos e innegables. Ahí están. Y parece ser que cada día se dejan ver más.
A lo que íbamos: los vecinos vienen a ser -en la civilización actual (y a la espera de la llegada de nuestros queridos marcianos de turno) lo que la mosca cojonera durante la siesta veraniega o bien la hormiga majadera en el transcurso de la realización de una paella campestre.
Los vecinos son seres abyectos que, básicamente, piden, no paran de pedir. No ceden en sus peticiones tantas veces absurdas: “que si nos puedes regar la terraza mientras que nos vamos de merengue al Caribe”; que “si nos puedes pasar un huevo para el rebozado del niño; que ya te lo devolveremos” (los vecinos nunca, jamás, nunca, devuelven nada: ni perejil, ni huevos para el rebozado, ni libros, ni cola para pegar jarritas de leche, ni nada de nada).
Ya , para más inri, los vecinos crían. ¡Como que si crían!: más que los mozambiqueños siempre bienvenidos en el barrio por lo divertidos y por estar siempre de buenas. Los mozambiqueños son gente muy positiva, muy negra, eso sí, y muy colaboradora; de hecho, se apuntan a un bombardero cuando es necesario. A mi, la verdad, los mozambiqueños me molan cantidad. Bueno, lo que decíamos: los vecinos crían. Es inevitable: suelen obviar u omitir el tema de los condones o preservadores (creo que ahora les llaman preservativos), y, además, no ven la tele, o sea, no prestan atención a lo más bonito que nos suele regalar la televisión; ni series ni concursos ni coñas marineras: ellos, los vecinos, van a lo suyo, a follar que son dos días. Es la técnica del Carpe Diem. Esta política va en detrimento de los vecinos más cercanos, los del mismo rellano. A mi, a nosotros, nos han hecho, últimamente, la jugarreta de parir -simultáneamente, que ya es- ambas niñas. Un encanto, oigan. Para los más jóvenes lectores, les diré que se ha reinventado el sonido “estéreo”, quiérese decir que, a veces, llora una niña por el oído derecho y, al cabo de unos minutos, berrea la otra por el oído izquierdo. Comúnmente, aúllan y vociferan ambas dos a la par lo cual excita nuestros sentimientos mas adversos (en relación a la ética aristotélica) y nos hace sufrir como Cristo en la cruz...o, quizás un pelín menos, si cabe.
Por si esto fuera poco, los vecinos, los jodidos vecinos, de vez en cuando, tiene ideas geniales que incitan a montar una cena conjunta. ¡Mecagüen diez!!!! Solo nos faltaban las actividades conjuntas: como si con la “conjuntez” de las puñeteras niñitas no hubiera bastante. Si se llegan a producir las miserables cenas, el desorden está servido: en la mesa, dos aparatos de “Walkie-talkie” funcionando (con un zumbido acústico de Dios y su madre), interrumpiendo las conversaciones -poca cosa, generalmente- y, a la de tres, magnificando, ampliando, los rugidos del par de criaturas limpias de pecado original. Un desastre universal.
Me he alargado en exceso, pero prometo seguir dilapidando la política vecinal con mil y una referencia más que, por lo menos, nos obligue a reflexionar sobre un tema políticamente gravísimo. La vecindad -lo queramos o no- es nuestra puta Unión Europea, con todos sus defectos, que son todos, pero en bestia, en proximidad...
¿Alguien se puede llegar a imaginar a Salvini o a Bolsonaro o al mismísimo despelucado de Donald Trump como vecino de escalera?
Pues eso.