El pasado sábado se consumó la infamia de la investidura de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona. Investidura infame no por el hecho en sí mismo, puesto que se consiguió con una mayoría absoluta de votos de los concejales electos, lo que es absolutamente legítimo y acorde a la ley electoral española, que consagra el principio de representación indirecta. Estos días pasados los medios de comunicación y los periodistas han vuelto a insistir en que el ganador de las elecciones es la lista más votada, cuando no es así. En un sistema de representación indirecta como el nuestro, quien gana las elecciones es quien es finalmente elegido alcalde, o presidente autonómico, o presidente del gobierno y lo es no por el voto popular, sino por el voto de concejales, diputados autonómicos o diputados del Congreso.
Así pues, Esquerra Republicana y su jefe de filas Ernest Maragall no ganaron las elecciones, fueron la lista más votada, pero la elección, como ha resultado obvio, la ha ganado Ada Colau, que es quien finalmente ha sido elegida alcaldesa. En el caso de los ayuntamientos, eso sí, a diferencia de los gobiernos estatal y autonómicos, la ley prevé que, si ningún candidato consigue mayoría absoluta de concejales, quedará investido como alcalde el cabeza de la lista más votada.
La investidura ha sido infame porque se ha conseguido con un pacto contra natura, tras vender Colau su alma al diablo. En el ayuntamiento era una ley no escrita que el cabeza de la lista más votada se convertía en alcalde, fuese cual fuese el número de concejales o de apoyos de que dispusiera, ya que el resto de fuerzas políticas respetaban ese resultado. Siempre ha sido así, incluso hace cuatro años, cuando Ada Colau consiguió solo once concejales de cuarenta y uno y ningún apoyo extra, pero todos los demás honraron el compromiso tácito y consintieron su investidura como alcaldesa.
En esta ocasión, sin embargo, Ada Colau ha decidido romper con la tradición y convertirse en alcaldesa en una operación urdida indudablemente por el partido socialista, que desde la mañana siguiente de las elecciones le ofreció sus votos y un gobierno de coalición, aunque les faltaban tres votos, votos que, como por arte de birlibirloque, al cabo de unos días ofreció “gratis et amore” Manuel Valls, con quien Ada Colau había cruzado reproches mutuos durante toda la campaña, que implicaban una total incompatibilidad de programas y posiciones políticas.
El pacto lo han cocinado los socialistas, llevados por su afán de venganza contra Esquerra y Maragall y también hay pocas dudas de que se han encargado de conseguir los votos de Valls. Colau intentó en todo momento correr una cortina de humo, vendiendo que se trataba de una iniciativa suya para constituir un tripartito “progresista”, con ella como alcaldesa y puente entre Esquerra y los socialistas, pero que era imposible porque ambos se excluían mutuamente, cuando ella sabía que eran los socialistas los que vetaban a Esquerra, ya que afirmaban no querer un alcalde independentista para Barcelona. De hecho José Zaragoza, militante socialista de largo recorrido y exconvicto, lo ha reflejado sin dejar lugar a duda en Twitter, escribiendo algo parecido a “¿alguien pensaba que íbamos a dejar que fuera alcalde un independentista tránsfuga muestro?”. También Miguel Iceta manifestó ya el día siguiente de las elecciones que no estaba claro que Maragall fuera a ser alcalde. Al parecer, ya estaba cocinando el contubernio.
Ada Colau podría haber llegado a un pacto progresista con Esquerra. Con veinte concejales hubieran tenido garantizado el gobierno de la ciudad y, faltando solo uno para la mayoría absoluta, no hubiera sido excesivamente difícil conseguir acuerdos puntuales para gobernar con comodidad, pero, eso sí, con Ernest Maragall de alcalde. En cambio, ha preferido seguir siendo alcaldesa, prisionera de los socialistas y de los votos de Valls. No podrá implementar ninguna política que no le convenga al PSOE y pagará un precio por el apoyo de Valls En política no hay nada gratis, ya se encargarán los socialistas de recordárselo.
No debería olvidar que ella, la gran campeona contra los desahucios y contraria a la aplicación del artículo 155, es alcaldesa gracias a los votos del representante del “establishment” del “upper diagonal”, cuya campaña ha financiado, entre otros, uno de los fondos buitres que más desahucios ha llevado a cabo, y también a los de los socialistas, firmes defensores del 155, igual que el propio Valls.
Ada será alcaldesa, su ardor por el poder parece ser tan intenso como el de su homónima de la novela de Vladímir Nabókov por su primo/hermano Van. Pero no debería olvidar que vender el alma al diablo suele ser mal negocio, el ángel caído nunca se olvida de reclamar la deuda.