El 16 de abril se celebra el Día Internacional contra la Esclavitud Infantil, en conmemoración de Iqbal Masih, el niño paquistaní asesinado cuando tenía doce años por un sicario, probablemente contratado por empresarios fabricantes de alfombras, a los que venía denunciando por utilizar niños en condiciones de trabajo esclavo y que se había convertido en una figura internacional en la lucha contra la explotación y la esclavitud infantil.
La esclavitud laboral infantil es, sin duda, uno de los mayores oprobios de nuestro tiempo, que aun alcanza cotas de ignominia insoportable en casos de explotación sexual, de niños soldados obligados a hacer de carne de cañón o mutilados si intentan escapar, de niñas soldados que además son abusadas sexualmente, o de niños obligados a trabajar en minas en condiciones inhumanas, pero la forma más habitual es la de trabajo doméstico con jornadas diarias inacabables sin remuneración y con una manutención mínima o la ocupación en fábricas textiles con horarios de doce horas diarias sin descanso semanal, una remuneración ridícula y sin ningún beneficio social.
Hay en el mundo más de doscientos millones de niños esclavos o explotados, la mayoría en países de Asia, América y África, pero también en Europa, entre nosotros, hay abusos que pasan desapercibidos o que, más bien, preferimos ignorar. La venta de niños para pagar deudas, como fue el caso de Iqbal, o de niñas a cambio de una lavadora o una máquina de coser, niñas que acabarán fatalmente en la explotación sexual, que degradará su niñez y adolescencia y comprometerá su futuro al provocarle traumas psicológicos y contagios de enfermedades de transmisión sexual, o el secuestro masivo de niños para incorporarlos a facciones armadas al servicio de señores de la guerra o de clanes mafiosos son realidades cotidianas en muchas zonas de nuestro planeta.
Deberíamos exigir en todos los productos que compramos una garantía certificada por organizaciones internacionales creíbles de que no han sido fabricados mediante obra de mano esclava, o sometida a condiciones laborales inaceptables, tanto si se trata de adultos como de niños, pero especialmente en el caso de niños. No se trata de boicotear productos procedentes de países cuya manufactura ayude a la mejora de la economía y condiciones de vida de sus habitantes, pero sí de evitar la explotación y esclavitud.
Y deberíamos exigir a nuestros gobernantes e instituciones que tomen iniciativas proactivas en las organizaciones internacionales, destinadas a eliminar esta lacra que nos avergüenza y abochorna, incluyendo sanciones económicas y bloqueo de cuentas y activos financieros de aquellos gobernantes que consientan, por acción u omisión, su perpetuación en sus países.
Mientras no se erradique la explotación y la esclavitud infantiles seguiremos viviendo en un mundo miserable y en una sociedad indigna de llamarse civilizada.