A los jóvenes no les gusta el mundo que les dejamos. Y tienen razón. A regañadientes aceptan tener que comprar una vivienda cuyo coste equivale a más de 15 años de salario, a tener trabajos precarios con salarios muchas veces ni mileuristas o a tener que emanciparse a los 30 años porque no pueden pagarse un piso en alquiler.
Pero estos días están saliendo a la calle para pedir algo tan básico como un entorno digno en el que vivir. Porque, como padres les hemos fallado. Les dejamos un planeta más vulnerable del que nos encontramos.
Los jóvenes exigen justicia climática ¿Qué quiere decir eso? Pues que todo siga como está y no empeore. Es decir, que no aumente ni un grado más la temperatura en el ambiente, ni un centímetro más la elevación de las aguas, que no haya una especie animal menos o una bolsa de plástico más en el océano.
El informe de la ONU aparecido esta semana sobre el estado del planeta en la actualidad es terrible pero la previsión para el año 2050 es devastadora con millones de muertes anuales por la contaminación.
El informe cuantifica el coste de paliar los efectos del cambio climático de manera tangible en 19 billones de euros. Pero, a pesar del elevado volumen, esa inversión es rentable porque, de llevarse a cabo, los beneficios se cuantificarían en 47 billones de euros. Imagino que sobre todo por los ahorros sanitarios de las muertes prematuras que la contaminación causará y se evitarían, de detenerse esa tendencia.
Otro aspecto que aborda el informe es el daño que hará a la humanidad la resistencia de los microorganismos a los antibióticos y antivirales actuales, hecho que facilitará la expansión y el contagio de enfermedades.
Una vez leí que, ante el desarrollo tan espectacular sufrido por las superbacterias en los últimos años, los humanos pronto nos encontraremos en el mismo punto de vulnerabilidad ante agentes patógenos que antes de que Pasteur descubriera la vacuna.
Mientras en otros temas avanzamos hacia el futuro a pasos agigantados, nuestra protección frente a microorganismos nocivos retrocede hasta finales del siglo XIX.
Ese horizonte tan dantesco que pinta el informe de la ONU no está lejos. Solo faltan 31 años para plantarnos en el 2050 y, si seguimos los patrones de longevidad actuales, la mayoría de nosotros lo veremos. Nuestros hijos, seguro.
¿Es este el futuro que habíamos pensado para ellos? Es el momento de actuar y cambiar nuestro entorno más cercano. Y de unirnos a los jóvenes que están tomando las calles para cambiar su futuro. Nuestro futuro.