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La tonta del bote

Por Jaume Santacana
miércoles 21 de noviembre de 2018, 03:00h

Los primeros hechos: una mañana cualquiera, en una ciudad cualquiera, en una calle cualquiera. El conductor de un coche pierde -por no se sabe los motivos- el control de su vehículo y se estampa, violentamente, contra el bordillo de la avenida. La acera está colmada de motos aparcadas pero, sobre todo, de transeúntes que deambulan por ahí; unos con prisa, otros despaciosamente, todos ellos pertenecientes a estratos sociales variopintos. El automóvil se estrella contra este grupo de peatones. El estruendo es absolutamente descriptible y el pánico se apodera del personal. El resultado: siete personas resultan lesionadas. La más grave, una niña de diez abriles, es trasladada con urgencia a un hospital infantil y se teme por su vida. Otra víctima de entre las seis restantes (a la que llamaremos, ficticiamente, Gregoria) se encuentra en el suelo mientras diversos viandantes, generosa y desinteresadamente, se vuelcan en los primeros auxilios, aguardando que aparezca una nueva ambulancia. Gregoria, postrada, se queja de varias contusiones en la zona torácica, en los muslos y en el brazo izquierdo. Finalmente, arriba el vehículo hospitalario y la introducen en él. Durante el recorrido en dirección al centro de sanidad, Gregoria descubre que, en medio del tumulto, ha perdido el bolso.

Los segundos hechos: resulta ser que, durante el fragor de la confusión originada por el fatal accidente, una mujer (a la que llamaremos, también en lenguaje narrativo, Berta) le había confiscado, robado vamos, el bolso a Gregoria, mientras ésta yacía en el pavimento lastimada y afligida.

¿Qué cómo se descubrió el pastel? La policía detuvo a Berta muy cerca de un estanco en el que pretendía comprar un par de cartones de tabaco. El estanquero le pidió que mostrara su identificación personal al observar que la mujer, al entregar una tarjeta de crédito, mostraba signos de nerviosismo. Berta huyó despavorida al momento. El dependiente llamó, inmediatamente, a la policía que la encontró en los alrededores de la cigarrería citada. Berta, en el momento de su detención llevaba encima una importante cantidad de bolsas con las “adquisiciones” de varias tiendas de los aledaños donde se produjo el atropello: guantes, bolsos, bufandas, un reloj, brazaletes, etc. Incluso cuatro paquetes de comida sushi de un reconocido supermercado. La tarjeta de crédito iba a nombre de la tal Gregoria, ya hospitalizada con un par de huesos rotos y cuatro costillas despedazadas.

¿Se puede ser más mezquino o mezquina? ¿Tan ruin, tan innoble, tan despreciable, tan infame, tan vil, tan indigno... y, aun por encima, tan gilipollas? Porqué la tía esta, Berta, como mínimo, podría haberse guardado, prudentemente, el bolso de Gregoria en su casa y, con una cierta dilación en el tiempo, ir consumiendo, despacito (como la lamentable cancioncita) eludiendo la persecución policial.

De manera que, un servidor, la metería entre rejas no tanto por el delito de apropiación indebida -que también- si no por imbécil por motivos más que evidentes.

En casos de solidaridad urgente, de entrega de personas por aliviar el dolor de las víctimas de una circunstancia involuntaria (el conductor del coche perdió el conocimiento y se desvaneció; y no por alcohol o drogas, sino por un tabardillo meramente físico), en estos casos de fraternidad humana, de respaldo social, de participación ciudadana absolutamente desprendida, parece mentira que un (sería “una”) excremento comunitario pueda llegar a situarse en un peldaño tan abyecto, tan lameculos como el de la señora -por un decir- Berta.

La vida, a veces, nos descubre que la maldad, así, en general, no tiene fronteras y que no todos somos buenos hasta que se demuestre lo contrario.

¡Mecagüen diez, Berta! ¡A ver si aprendes, tonta del bote!

Post Scriptum:

El avispado lector ya habrá constatado que si Berta hubiera esperado un tiempo para realizar sus fechorías, la tarjeta ya habría sido anulada por el banco a petición de Gregoria, motivo por el cual, Berta, se dedicó a “reventar” tiendas a toda castaña y, además, en los comercios más cercanos al accidente; pero cayó en el estanco...

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