Decía el Pedro Sánchez no-presidente, hace solo unos meses, que la obligación constitucional de un gobierno es la de presentar unos presupuestos y someterlos al veredicto de la cámara y que, si no se es capaz de ello, o peor, si no se llega a hacer por querer acogerse a la trampa de la prórroga presupuestaria, su presidente tiene que recoger los bártulos e irse a su casa. Culminaba su fina disertación con un ingenioso reproche dirigido a Mariano Rajoy: Gobernar no consiste en vivir en la Moncloa. Chúpate esa, como para grabarlo en los soportales del palacio, de redondo que le quedó.
El Pedro Sánchez presidente, claro está, ya no opina igual. Como si el paso de niño a hombre se le hubiera retrasado hasta los 46 años, nuestro camaleónico líder parece haber madurado en medio año, una adolescencia tardía y acelerada, qué cosas. Sus opiniones infantiles de principios de 2018 ya se han transformado en asentados juicios de persona adulta, a la velocidad de la luz.
Ahora ya sabe que su voz varonil y sus frases lapidarias no bastan para doblegar a los enloquecidos dirigentes del procés y, pese al postureo fotográfico que tanto le agrada explotar para transmitir a la sociedad la idea de que él es un tipo dialogante dispuesto a cualquier alianza de civilizaciones hispano-catalanas con tal de salvar España de las hordas de la derecha -fascista por definición, claro-, en Barcelona sus posados ya no cuelan, pues quieren más madera, decepción que, de rebote, le granjea una importante pérdida de votos de todo el nacionalismo en el Congreso y le impide salir ganador de esta cita parlamentaria. Y claro, un tipo tan guay no puede perder votaciones, porque se rompería el encanto, como le pasó a la desdichada Cenicienta.
A Sánchez solo hay una cosa que le guste más que vivir en la Moncloa, y es escucharse. Decididamente, es el presidente español más encantado de haberse conocido de la historia. Conste que no incluyo la primera república, porque no existían las grabadoras y no quiero pecar de exagerado.
Le gusta tanto el color de su voz, su empaque, su colocación y hasta los movimientos faciales que provoca en su apuesto rostro el habla, que es incapaz de resistirse y callar. Tenía mi madre que en Gloria esté, entre su innumerable registro mental de refranes y frases para cada ocasión -un tesoro del lenguaje que no imaginan cuánto echo de menos-, una que le venía al pelo a nuestro bello presidente: Aquest xerra perquè té llengo, pronunciado en el hermoso y perdido mallorquín de mi patria chica, Santa Catalina.
Efectivamente, Sánchez habla porque padece verborrea patológica y va metiendo en fregados a sus mediáticas ministras todas las semanas, obligándoles a hacer arriesgados números de funambulismo dialéctico al alcance solo de mentes privilegiadas, porque el madrileño comete el error de olvidarse de que no vivimos ya en los tiempos de la primera república, de que Edison ya ha inventado las grabadoras de sonido y los japoneses incluso las han mejorado un poco.
Vivir en la Moncloa está visto que causa amnesia, pero no le ha curado a Pedro Sánchez, tras su sorprendente mutación a presidente del gobierno anunciada al mundo por Dolores Delgado, su enfermiza tendencia a xerrar perquè té llengo. Así que olvídense de los presupuestos y de que Sánchez cumpla, por vez primera en su vida, la palabra dada.