En las legislaturas clásicas, tras la consulta electoral, el partido político con mayor apoyo popular, sólo o en alianza, conforma gobierno. Los primeros meses se dedican al diagnóstico de situación y a plantear las expectativas de futuro. Adecúan la estructura de la administración a la nueva realidad, se identifican y dimensionan las necesidades y se planifica la acción de gobierno. Tradicionalmente las fuerzas de la oposición otorgan, lo que se ha venido a llamar, los 100 días de gracia.
Son unos días trascendentales para conciliar las promesas electorales con la realidad y para establecer un programa de gobierno que responda al interés general. La prudencia, el sentido común, la responsabilidad y la representatividad acostumbran a englobar las actuaciones.
La actual legislatura se ha visto truncada por una moción de censura del que ha salido un gobierno con mínimo soporte parlamentario propio. Con unos variopintos apoyos externos unidos por la obsesión en descabalgar a Rajoy y en el interés por conseguir réditos políticos y económicos inequitativos o de difícil encaje legal. De hecho, todos los partidos que se caracterizan por no mostrar preocupación por la unidad de España se han subido, eufóricos, al carro.
El resultado, un ejecutivo de estrellas, obsesionado con el pasado, montado en el revisionismo, con improvisación permanente de las actuaciones de gobierno y sin propuestas de futuro para mejorar la calidad de vida de las personas.
La descoordinación, las ocurrencias, el radicalismo y la rectificación de la práctica totalidad de las decisiones son sus signos de identidad. En estas circunstancias, los días de gracia no se los han reconocido ni sus propios socios.
Por si fuera poco, el interés por debilitar los cargos de mayor relevancia del partido popular le ha llevado a una labor inquisitorial reconvertida en potente bumerán. La ministra de sanidad se ha visto forzada a dimitir y la tesis doctoral de Sánchez ha pasado a presidir el debate mediático y social.
Sin embargo, debemos convenir que el interés por hinchar el currículo, o simplemente falsearlo, les viene de lejos.
La hemeroteca nos muestra que José Montilla paseaba una licenciatura en Derecho y Económicas sin haber pasado de los estudios básicos primarios. Que el CV de Leire Pajín incluía haber sido claustral de una universidad inexistente. La ingeniería Industrial de Patxi López no dejó de ser una quimera. El decanato de Bernat Soria solo estaba en la imaginación.Blanco alardeaba de una licenciatura en Derecho sin haber pasado del primer año. Elena Valenciano no consiguió acreditar la finalización de una licenciatura en Derecho y Económicas que exhibía en su CV. Los estudios exóticos de Trinidad Jiménez, esposa de diplomático, nunca se han entendido.
¿De qué nos sorprendemos? Desde antaño, la realidad viene superando la ficción.