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El perro que persigue su cola

martes 10 de julio de 2018, 06:00h

Clark Ashton Smith fue un escritor americano de la primera mitad del siglo XX, miembro del conocido como “círculo de Lovecraft”, un grupo de amigos y seguidores del “solitario de Providence” que se dedicaron a escribir relatos y novelas de terror sobrenatural en el estilo de HPL (Howard Phillips Lovecraft), ya fuera en el contexto del universo literario de los mitos de Cthulu, o creando sus propios escenarios, en lo que Smith fue especialmente prolífico, concibiendo los territorios míticos de Zotique, Hiperbórea y Averoigne. Además, también fue un notable poeta.

Según el estudioso de la literatura americana de terror sobrenatural y, en especial, del círculo de Lovecraft, Peter Ruber, en una ocasión Smith, en una carta dirigida a un amigo, refiriéndose a la recomendación de un colega de escribir algunos versos de apoyo a la causa socialista, comentó que, aparte de una cierta reticencia personal de tipo creativo, dudaba de que sirviera para nada, ya que la historia demuestra que el ir y venir de las cosas en la civilización no es sino un perro que persigue su propia cola.

Eso mismo sucede en la Historia de España. En los últimos dos siglos, por no ir más atrás, todos los intentos de liberalizar y democratizar la sociedad española, algunos nada democráticos en sí mismos, han acabado mal, habitualmente con una asonada o con un golpe militar, y con la vuelta al viejo orden, más o menos puesto al día, basado en los tres principios de dios, patria y rey.

Así pasó con la Constitución de Cádiz, el Bienio Progresista, el Sexenio Democrático, que incluyó la Primera República, o la Segunda República. Todos acabaron en desastre, la mayoría con baños de sangre y casi todos con la reafirmación o la restauración de la monarquía borbónica.

Después de la muerte del criminal Franco y la, de nuevo, restauración de la monarquía borbónica en la denominada Transición Democrática que culminó con la promulgación de la formalmente democrática Constitución actual, parecía que, por una vez, la historia iría al revés y que la vuelta de la monarquía y, con ella, de los Borbones, implicaba el fin de una dictadura y el advenimiento de un sistema democrático homologable al de los países europeos de nuestro entorno geográfico.

Pero la transición tenía trampa, ya que con la excusa de la reconciliación se dictó una amnistía general que liberó y eliminó las condenas de los presos políticos resistentes contra la dictadura, también las de los presos comunes, pero también cubrió con su manto protector los desmanes, crímenes y delitos cometidos por el régimen franquista, protección que llega hasta hoy, cuarenta años después, pese a que la legislación internacional dice que los delitos de lesa humanidad no prescriben y no son amnistiables.

De esa manera, las estructuras, y las personas, franquistas de la administración del estado quedaron intactas, particularmente el ejército, los cuerpos policiales, la administración de justicia, los altos cuerpos de funcionarios, la universidad y el cuerpo diplomático. Se llevó a cabo un cierto maquillaje, pero toda la estructura quedó prácticamente indemne.

Hasta el día de hoy todavía no se han anulado los juicios sumarios de los consejos de guerra y tribunales franquistas, bajo la excusa de que la ley de aministía ya los anuló, pero sin tener en cuenta que para las víctimas o sus familiares no es lo mismo una derogación genérica que la reparación personal que supone la revocación específica de tu sentencia, con lo que ello tiene además de censura, aunque solo sea moral, hacia los indecentes que la dictaron y la ejecutaron. Con toda probabilidad es precisamente por eso por lo que no se ha hecho.

Tampoco hay un plan estatal sistemático de detección de fosas comunes y desenterramiento e identificación de las víctimas, más allá de los que han puesto en marcha algunos ayuntamientos y algunas comunidades autónomas. De nuevo, la derecha política, infiltrada por el franquismo, no quiere que se destape el horror que perpetraron sus familiares. Y no vale decir que en el bando republicano también se produjeron matanzas, que es verdad, puesto que los muertos franquistas fueron recuperados y homenajeados tras el fin de la guerra civil y los responsables republicanos pagaron con la vida, la cárcel o el exilio.

Un tío abuelo mío fue asesinado en los primeros días de la guerra y nunca más se supo nada de él. Mi familia nunca ha querido investigar porque es muy improbable que acabara en ninguna fosa común. Lo más probable es que su cadáver acabara abandonado en alguna acequia o camino rural del occidente de la provincia de Valladolid y fuera pasto de jabalíes o lobos, o simplemente se pudriera al sol inclemente del verano de la meseta norte. Pero muchas familias sí saben que sus deudos fueron enterrados en fosas comunes y tienen derecho a recuperar sus restos y darles una sepultura digna.

Mientras tanto, existe una fundación francisco franco, que recibe subvenciones del estado español, dedicada a exaltar la memoria del criminal dictador. No me imagino una fundación adolfo hitler en Alemania financiada con fondos federales. El presidente actual de la fundación, según los medios de comunicación, es un general en la reserva, que estuvo en activo hasta hace cinco o seis años. Y se ha renovado la concesión del duquesado de franco a la nieta del dictador. Es decir, en vez de liquidar un título nobiliario infame, se permite su herencia y, además, sin pagar derechos de sucesión. Título que concede el rey y ha renovado administrativamente el gobierno del Partido Popular, concretamente el ministro de justicia, deprisa y corriendo el último día antes de tener que dejar el ministerio.

Y qué decir de expolicías notorios torturadores durante el franquismo, que se pasean tan campantes y a los que se les mantienen condecoraciones pensionadas.

Son solo algunos ejemplos significativos, pero hay muchos más. En este país no ha habido justicia ni reparación y sin ellas no puede haber una auténtica reconciliación.

La historia de España sigue siendo un perro que persigue su propia cola.

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