La aritmética parlamentaria permitía otras mayorías diferentes a la gobernante. Ha quedado claro y palmario en veinticuatro horas. El gobierno del Partido Popular con el apoyo de Ciudadanos se iba debilitando mientras se enfrascaban en una lucha cainita centrada en los resultados de las próximas elecciones. Las expectativas de futuro difuminaron hasta llegar borrar la percepción de precariedad de la actual legislatura. Alocados por el futuro han sido devorados por el presente. Lapsus de esta magnitud, en política, como se ha demostrado, pueden salir muy caros. De hecho, ha sido hábilmente utilizado por el resto de las formaciones, lideradas por el PSOE, para hacerse con el gobierno. Nada que alegar. Es la grandeza de la democracia.
El problema no está en el como sino en el que. Un gobierno que nace con el único objetivo de quitar a otro sin incomodarse en explicar cuál será su acción de gobierno nace viciado, con pecado original. Unos líderes que en unos pocos días han dicho una cosa y la contraria sin ruborizarse no es un espectáculo edificante ni generador de confianza. Por más que se profundice en el análisis de la situación cuesta vislumbrar algún aspecto que no pase por intereses puramente partidistas.
Cuesta aceptar la reiterada preocupación por la corrupción política a quienes se abrazan con el partido del 3%. En realidad, para entrar en juego, cinco de los socios de Pedro Sánchez, han presentado vetos a la totalidad de unos presupuestos que el nuevo presidente ha afirmado que acepta. Unos presupuestos que han sido tildados por los socios del nuevo presidente como antisociales, realizados para pagar bancos, rescatar autopistas, financiar a empresas de armamento y críticos por el apoyo de partidos tildados de mercenarios por vender su voto a cambio de inversiones territoriales.
Está claro que la aritmética parlamentaria ha llevado a otra mayoría. Lo que no está tan claro es que la nueva mayoría tenga capacidad para gobernar ni que les importe lo más mínimo el interés general. El respaldo de los partidos que protagonizan un desafío abierto al orden constitucional y que aspiran a romper España es un precio que un presidente difícilmente podrá soportar. En el pecado va la penitencia.