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Wolfe, Capote, cipotes, nazis y medallas

Por Eduardo de la Fuente
domingo 20 de mayo de 2018, 05:00h

La semana ha comenzado con la pérdida de uno de los grandes, Tom Wolfe, escritor y creador de aquello que se dio en llamar nuevo periodismo, o lo que es lo mismo: escribir crónicas como un señor literato. Eso es lo que era Wolfe, un dandy sureño de Richmond, Virginia, alucinado en Nueva York con tanto brilli-brilli y tanta banalidad y superficialidad. Era un tipo incómodo. Recuerden que acuñó la expresión «izquierda exquisita» para referirse a los pijiprogres estadounidenses, el equivalente a nuestra gauche divine. Y claro, eso no te lo perdonan. El miércoles vestí americana blanca y me toqué la cabeza con un panamá en su honor.

La pérdida de Wolfe me ha hecho recordar una vez más al infeliz de Truman Capote, otro de los padres de ese nuevo periodismo. Cuentan que Capote no logró superar el choque cultural y sentimental que le supuso la investigación de A sangre fría, una novela-ensayo que cualquiera que aspire a ser periodista debería leer. Ya he contado en otras ocasiones como Capote dejó la frivolidad de la gran ciudad para viajar al medio oeste rural y escribir sobre un horrible crimen que conmocionó al país. Allí se sentía como un extraterrestre y se llevó una buena bofetada de realidad. Yo he tenido mi particular A sangre fría esta semana. Se lo comenté a mis compañeros de trabajo. He tocado techo, he llegado a lo más alto de mi carrera como periodista, no podré superar una noticia que me ha tocado escribir. Resulta que el cantante Luis Miguel actuaba en San Diego y en medio del concierto se vino literalmente arriba. Estaba cantando aquello de «cuando calienta el sol, aquí en la playa», se emocionó y se marcó un Urdangarín, o sea: que empalmó. Las fans captaron el momento de la espontánea erección de su ídolo, lo colgaron en Youtube y ya se pueden imaginar el resto... Y yo escribí la noticia. Nada de lo que escriba a partir de ahora podrá igualarla. Ya sólo me queda llegar a la jubilación escribiendo cosas anodinas. ¿Qué puede igualar a Luis Miguel montando la tienda de campaña con su poderío tripódico?

Ya que estamos hablando de música... Aún colea la resaca de Eurovisión. Lo bueno de que ganara la representante de Israel ha sido ver a podemitas y meseros echar espumarajos por la boca en las redes sociales. Lo que me he divertido. Son incapaces de separar la política de saraos como Eurovisión o los Juegos Olímpicos. ¡Si llegaron a vetar la carroza de Israel en el Día del Orgullo Gay de Madrid! Miren, no toca hablar de la fiesta que israelíes y palestinos tienen montada, una fiesta en la que no se acaban ni las piedras ni los petardos, pero lo de la manía de cierta izquierda con Israel me parece antisemitismo puro y duro.

Lo que sucede es que de nazis andamos bien servidos. Ojo, digo nazis. Ahora a cualquiera que disiente de lo políticamente correcto se le llama fascista. Se ha devaluado el insulto. Casi es un honor que te llamen facha, eso es que piensas por ti mismo y tocas un poco los güevines. Mi último nazi favorito es Quim Torra, le falta el glamour hortera de Goering, pero seguro que se aplicará en el futuro. Torra es un fantástico alumno de Goebbels. Aquel comparaba a los judíos con las ratas —puñetera obsesión con los judíos— y Torra llama bestias supurantes y otras cosas por el estilo a los españoles. Como mis padres son de Jaén, supongo que entro por pleno derecho en la categoría de untermensch, que era como los nazis llamaban a los que consideraban subhumanos, o a la de no-persona, que era la denominación de aquellos a los que se le imputaban delitos en la Unión Soviética de Stalin y que acababan con una bala en la cabeza o metidos en la nevera de Siberia. Para el supremacista Torra soy eso... Él es un hijo de puta nazi, porque no se puede ser nazi y buena persona. Vamos a ver, si yo estoy seguro que en las SS había tipos de lo más divertidos, que irse de cañas a la Oktoberfest con ellos debía de ser un no parar de reír. Pero es que eran nazis, luego hijos de puta. Una cosa va con la otra. Quiero darle la enhorabuena a los indepes catalanes: han conseguido proclamar el primer presidente nazi de un gobierno en Europa desde 1945. Nazi, no facha como Franco o Salazar. Eso sí, viendo a Torra, espero que pongan en marcha a la mayor brevedad posible una consellería de Higiene y Pureza Genética porque menuda mierda de raza superior les gobierna.

Como si fuera el juego de la oca voy de nazi a nazi. El Gobierno de Austria le ha estado dando a la materia gris y al final ha tomado una decisión sobre el futuro de la casa natal de Hitler en Braunau. Hace años que pagan el alquiler del inmueble y ahora lo van a expropiar. Allí no vive nadie y suelen montar exposiciones y actos para explicar los horrores del nazismo a los que supongo que Torra no ha ido. Hace poco decidieron demolerla para evitar que se convirtiera en un santuario de peregrinación nazi. Nada, que por allí no les apetece ver a gente de ERC ni de Junts pel Si o cómo coño se llamen ahora. Al final la van a conservar porque «forma parte de la historia». No estaría mal que alguien en Cort tomara nota y dejara de porculear con Sa Feixina.

Y ya que estamos hablando de casas... Menudo casoplón se han comprado Pablo Iglesias e Irene Montero en la sierra madrileña para criar como dos buenos burgueses a sus mellizos. Oigan, me parece fenomenal. Todo el mundo aspira a lo mejor para uno mismo y para sus hijos y las personas a las que quiere. Uno de los principios de la democracia es el derecho a la propiedad privada e intentar medrar mediante el enriquecimiento lícito. Además, eso de que los de izquierdas han de ser pobres es una falacia. Hace años conocí a un trotskista que se paseaba con un BMM nuevecito. Le felicité por la compra y le comenté que me parecía muy bien que lo disfrutara. Le pregunté qué opinaban sus camaradas, a lo que me contestó con una lógica aplastante: «este coche lo fabrican obreros alemanes bien pagados, es una empresa próspera y yo lo que quiero es que todos los obreros puedan tener un coche como este». El pero que le pongo a la dacha en el Mar Negro de Pablo Iglesias es que la hemeroteca es muy mala y él ha hecho méritos para que ahora lo critiquen. La excusa de que compran la casa para vivir y no para especular no cuela. Como ellos, cada uno hace lo que quiere con su dinero y se compra una casa con la intención que le salga de los cojones. O ahora va resultar que nos van a decir en qué y en qué no podemos invertir nuestros cuartos que tanto nos cuesta ganar. ¿Lo ven? Ya lo decía Wolfe: izquierda exquisita.

De vuelta a Mallorca me ha divertido ver como, una vez que el descuento del 75 por ciento para residentes en los desplazamientos a la península se confirma, aquí todo el mundo se cuelga medallas. Qué cachondo, esto parece un congreso del PCUS, ahí aplaudiendo a rabiar y repartiendo condecoraciones a vejestorios. Si uno lee las noticias parece que nuestra presidenta Francina Armengol ha luchado a brazo partido para conseguir el descuento o que el presidente popular Biel Company ha movido sus hilos —él sabrá cuales y si los tiene o son leyenda urbana— en Madrid. No hay cemento en la fábrica de Lloseta para tanta jeta. Los que se lo han trabajado han sido los canarios mientras Armengol se rascaba la tripa y Company andaba a sus cosas para recomponer un partido que se le hunde. Han pillado el tren justo a tiempo antes de que saliera de la estación y nos quieren hacer creer que son los maquinistas. Muchachos, las medallas se ganan, se suda y se sangra por ellas. Lo otro es comedia.

Y para acabar me van a permitir un apunte cinéfilo, que de comedia no tiene nada. Me he reído con la última ocurrencia del director danés Lars von Trier, la película que ha presentado en el festival de Cannes y que ha generado aplausos y rechazos a partes iguales. Von Trier es capaz de lo mejor y de lo peor. Veremos si La casa que Jack construyó es una borricada, una provocación sin más o un buen trabajo. Les aviso que las primeras imágenes de la película son droja dura, violencia de la buena, de esa de ponerte enfermo. Amo y detesto a von Trier. Recuerdo cuando vi, allá por 1991 ó 1992, la película que le abrió las puertas al mercado internacional. Se trataba de Europa y la estrenaron en versión original en los añorados cines Chaplin de Palma. Me gustaría hablarles de aquellos años de intensa cinefilia, del primer Tarantino, de las barrabasadas de Cronenberg, de cines que han cerrado y de rebobinar cintas de VHS. Pero esa es otra historia....

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