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Los audios del procés

viernes 09 de febrero de 2018, 09:36h

Escuchar fragmentos de las declaraciones judiciales de los consellers y cargos investigados por la declaración virtual de independencia del Parlament de Cataluña resulta desolador.

Más allá de saber que, lógicamente, responden a la comprensible estrategia de defensa de cada uno de ellos, estas manifestaciones en sede judicial retrotraen el discurso nacionalista hacia posiciones propias de la antigua CDC, la de toda la vida, el partido que tanto condicionaba la vida política española antes del inicio de la deriva independentista. Aunque cueste creerlo, en los audios que han trascendido, juraría que todos los declarantes se muestran sinceros al reconocer ante el juez que el artículo 155 fue un mecanismo eficiente para su cese y que, desde ese momento, tuvieron claro que la fiesta había terminado.

El tono comedido, las retóricas apelaciones al diálogo y al acuerdo, y la asunción expresa del marco constitucional como ámbito idóneo en el que encajar las aspiraciones de una parte sustantiva del pueblo catalán se repiten una y otra vez por casi todos. A tenor de lo escuchado, pareciera como si el procés en realidad no hubiera salido de una estrategia premeditada, como si fuese un extraño fenómeno atmosférico con el que no habían tenido más remedio que lidiar.

Y, si en realidad ellos son los mismos nacionalistas pragmáticos y posibilistas de siempre, ¿cómo es posible que se llegase a este absurdo punto sin retorno que ha mantenido en vilo a 47 millones de españoles?

Mi impresión es que el farol convergente para presionar al gobierno, que inició Mas, al que luego relevó un personaje sin duda inteligente, pero mucho más radical e infinitamente más fiel al credo independentista, como es Puigdemont, se les fue totalmente de las manos.

El ardid de generar ilusión entre la ciudadanía más proclive a tragarse el discurso maniqueo alrededor de un proyecto fantasioso, en el que todo iba a ser mucho mejor para los catalanes si se desgajaban de España, funcionó, vaya si funcionó, de manera que los primeros sorprendidos de este éxito arrollador fueron los propios dirigentes del CDC-PDeCat, mientras los de ERC veían atónitos como los parroquianos del nacionalismo posibilista burgués, hasta entonces adversarios irreconciliables, se unían a su causa, en un giro del destino imposible de prever hace solo ocho o diez años.

El resultado de todo este cúmulo de circunstancias fue una gigantesca movilización social que ató de pies y manos a los políticos nacionalistas. Por la boca murió el pez. Al contrario de lo que había ocurrido siempre, al menos desde la llegada a la presidencia de la Generalitat de Jordi Pujol, esta vez ya no podían volverse atrás y, a cambio, negociar jugosas compensaciones en Madrid, porque habían encendido la mecha y echado gasolina a una masa enfervorizada que, con más candidez que raciocinio, había creído a pies juntillas que en esta ocasión sí se conseguiría la independencia, que el dinero iba a fluir hacia Cataluña como por ensalmo, y que España consentiría la secesión porque la presión internacional no le dejaría otra alternativa. El cuento de la lechera, versión nacionalista y en 3D.

Esta gigantesca montaña de trolas quedó reducida a cenizas el 27 de octubre, aunque ni siquiera en ese momento nuestros protagonistas tuvieron el valor de reconocerlo públicamente ante sus afectos, salvo en el caso del exconseller Santi Vila, que puso ya de manifiesto las primeras grietas en el hasta entonces marmóreo discurso de la idílica república catalana.

Era demasiado fuerte confesar a dos millones de catalanes que los habían engañado como a chinos, aunque éstos quisieran dejarse engañar. Luego, vino la maquillada incoherencia de su participación en las elecciones autonómicas del 21 de diciembre, comicios que, paradójicamente, distrajeron al personal y dieron oxígeno y tiempo a los actores de esta comedia para tratar de idear un plan B que no supusiera el reconocimiento de una muy cruda realidad, que iba a generar toneladas de frustración y sumir en una profunda depresión a muchos ciudadanos.

Los audios del procés, unidos a los mensajes telefónicos robados a Puigdemont, constituyen la puntilla definitiva de este amargo episodio, aunque nos descubren también que, tras las bravatas públicas para aparentar no haberse movido un ápice de sus posiciones, se esconde el deseo oculto de todos los protagonistas de volver al statu quo de siempre, haciendo borrón, como si todo hubiera sido solo una insoportable pesadilla.

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